25/5/08

Dijo Jesús:
"Dichosos los labios y los pueblos que reciten el Ave María". Si supieran decir con verdadero espíritu estas palabras, tan solo estas dos palabras, serían mejores, más puros, más caritativos, porque los ojos de vuestros espíritus estarían entonces fijos en María y Su Santidad penetraría en sus corazones a través de aquella contemplación.
Si la supiesen decir, no se encontrarían nunca desolados porque Ella es la Fuente de las Gracias y de la Misericordia.
Las puertas de la Misericordia Divina se abren, y no solo al empujarla con Su mano sino que también con una simple mirada Suya.
¡Ave María! éste es un saludo que purifica los labios y el corazón, ya que no es posible pronunciar esas palabras con reflexión y sentimiento sin sentirse mejor. Es como acercarse a un Foco de Luz Angelical y a un Oasis bañado de Lirios en Flor.

QUIEN ES MARÍA VALTORTA

María Valtorta nació en Caserta, Italia, el 14 de marzo de 1897. Esta mística dejó escritos sobre la vida de Jesús y de María, que entendió le fueron dictados por Cristo y Su Madre en visiones privadas. Tras 27 años postrada por una parálisis en sus miembros inferiores, al morir, el 12 de octubre de 1962, dejó 15.000 páginas escritas con sus visiones.
El 13 de febrero de 2002, en Roma, el obispo canadiense Roman Danylak, que fue administrador apostólico de la Eparquía Católica Ucrania de Toronto, aprobó y recomendó la obra de Valtorta, dándole el nihil obstat (nada contrario a la fe católica) y el imprimatur (permiso eclesiástico de publicación) a sus escritos, y señalando que se facilitaría "acceder en forma más abierta a su obra". Al hacerlo, afirmó: "Valtorta es una de las manifestaciones más extraordinarias del carisma profético en nuestros tiempos. Muchos consideran que es una de las místicas más grandes en la historia de la Iglesia".
María Valtorta dice que todo lo escrito le fue dictado o mostrado en visiones. Hacia el año 1942, por consejo de su director espiritual, el Padre Romualdo Migliorini, comenzó a escribir sus visiones.
El Santo Padre Pío XII, en una audiencia especial acordada en Roma el 26 de febrero de 1948, al Rev. Padre Conrado M. Berti, Profesor de Teología Sacramental, y al Padre Migliorini, sugirió con respecto a las visiones y a los escritos: "Publicad esta obra así como está; quien la lea, comprenderá.
"San Pío de Pietrelcina, respondiendo a la pregunta de una hija espiritual: "Padre ¿ha oído hablar de estos nuevos libros de María Valtorta? ¿me aconseja leerlos?", dio la siguiente respuesta: "No te lo aconsejo, más, te lo ordeno"
En la carta apostólica Rosarium Virginis Mariae, en la que Juan Pablo II instituyó el rezo de cinco nuevos misterios en el Rosario, el Papa Juan Pablo II dijo que "rezar el Rosario no es otra cosa que contemplar con María el rostro de Jesús" y señaló: "En efecto, con el trasfondo de las Avemarías pasan ante los ojos del alma los episodios principales de la vida de Jesucristo".

22/5/08

MISTERIOS GOZOSOS


Lunes y Sábados

1°) La Anunciación del Ángel a la Virgen María y la Encarnación del Hijo de Dios.

Siendo muy niña, María ingresa a vivir en el templo junto con otras vírgenes.
Al cumplir los quince años, el sumo sacerdote la elige entre todas para anunciarle que es su tiempo de casarse con un hombre descendiente de la estirpe de David. Preguntándole si conoce a alguien, María contesta sonrojada: “No”, y le confiesa que ha prometido entregarse a Dios en castidad.
“Tu eres mi guía ¿qué debo hacer?” –dice María.
“Dios te dará el esposo y será un santo porque pones tu confianza en El. Y le dirás la promesa que hiciste”.
“Y el, ¿aceptará?”
“Ruega hija mía para que él pueda comprender tu corazón”.

Pasado los días se juntan los descendientes de David, y entre ellos José de Nazaret, que es el elegido como esposo.
Cuando han sido presentados y una vez solos, María le confiesa que se ha consagrado a Dios desde muy niña. José la mira y, tomándole las manos, le dice:
”Yo uniré mi sacrificio al tuyo y amaremos mucho a Dios con nuestra castidad. Ven María, juremos amarnos como los ángeles lo hacen entre sí. Después iré a Nazaret a tu casa a prepararte todo, pues hace tres años que está abandonada. Tu predio se achicó por lo costoso de la enfermedad de tu padre. Entonces volveré a buscarte cuando la casa esté asoleada, limpia y el jardín arreglado.
Vamos, María, a darle gracias al Altísimo”.

El día de la ceremonia nupcial, María lleva puesto un vestido de lino con un bordado muy fino que su madre Ana ha usado para la misma ocasión, y unas espléndidas pulseras y adornos que Ana también le ha reservado, recibidas de manos de Joaquín, su esposo y padre de María. Continúan así, de generación en generación, la tradición de la estirpe de David por la cual durante siglos las mujeres han usado esas joyas al casarse.
Llega José vestido todo de amarillo oro. Cubre su cabeza un turbante. Viste majestuosamente un manto con muchas franjas completamente nuevo. Está radiante de alegría y saluda diciendo:
“¡A Ti la paz, mi prometida! Paz a todos”.
Luego, seguidos por un séquito, caminan juntos al encuentro del sumo sacerdote. El pontífice pone la mano derecha de la novia en la del novio y los bendice.
Después de la ceremonia van camino a la casa de María, donde José le propone
que alguien se quede para acompañarla. Pero Ella elige quedarse sólo con la compañía de las vecinas que la conocen desde niña.

Una tarde, María se encuentra hilando y cantando en voz baja. Hay un gran silencio y mucha paz en la habitación.
Una luz muy blanca y brillante se cuela a través de la ventana haciendo resaltar el blanco de su túnica y su rostro espiritual.
Es un Ángel, el Ángel Gabriel. Adquiere un aspecto humano. Es un rostro, es un cuerpo, son ojos, cabellos, boca y manos como las nuestras, pero no se trata de nuestra opaca materia. Es una luz que ha tomado color de carne que se mueve, mira, habla y sonríe.
María, asustada, repentinamente se pone de pie y aprieta su cuerpo contra la pared…, su rostro expresa estupor.
“Salve María, llena de Gracia”.
María se estremece y baja la mirada.
“No, no temas, el Señor está contigo. Bendita Tú, entre todas las mujeres.
“No temas María, mi Señor me ha enviado a Ti.
Tu concebirás en tu seno y darás a luz un Hijo y le pondrás por nombre Jesús”.
“¿Cómo puede suceder esto si yo no conozco varón?”.
“No vas a ser madre por obra de varón, María. El Espíritu Santo descenderá sobre ti y la potencia del Altísimo te cubrirá con Su sombra”.
María, cruzando sus manos sobre el pecho e inclinándose dice: “He aquí la esclava de Dios, hágase de Mi según Su palabra.”
El Ángel resplandece de alegría y se arrodilla en actitud adorante al ver descender al Espíritu de Dios sobre Ella.
Luego desaparece.

Al tiempo, por medio de un ángel, le dice a José en sueños que no despida a su esposa, y lo exhorta a que la tome consigo, porque la maternidad que se verifica en Ella debe atribuirse a Dios mismo, revelándole así la verdad sobre la encarnación del Hijo de Dios.
José corre hacia María a pedirle perdón por haber dudado de Ella e, hincándose entre sollozos, le dice:
“Falté al haber sospechado de Ti, te acusé por no haber preguntado la verdad, perdóname María, desconfié de Ti, ahora lo sé. No soy digno de tener un tesoro tan grande”.
María también le confiesa la promesa hecha al Señor de no decir nada a nadie sobre lo sucedido, y el sufrimiento que le ha causado no poder compartirlo con él.
Los dos lloran de alegría en un llanto dichoso.


2.- La Virgen visita a Santa Isabel.

María quiere visitar a su prima Isabel y José la acompaña hasta Jerusalén, donde se queda por trabajo.Montada en su burro, María llega al atardecer al pueblo de Hebrón.Algunas mujeres desde las puertas de las casas observan la llegada de la forastera y hablan entre sí. La siguen con la mirada hasta que la ven detenerse delante de una de las casas más lindas, situada en el centro del pueblo, que tiene delante un huerto jardín y detrás, unos muy cuidados árboles frutales.María se baja del burro y se acerca a la puerta de hierro. Sale una mujer ya anciana, llena de arrugas, con el pelo canoso, en un estado de gravidez que puede considerarse milagroso para su avanzada edad.Es Isabel que, protegiéndose con sus manos del sol, reconoce a María. Levanta los brazos hacia el cielo con una exclamación de asombro y de alegría. Como puede, se apresura al encuentro con la Virgen. María se echa a correr hacia ella y la recibe en su pecho con viva efusión de afecto. Isabel llora de emoción.Permanecen abrazadas un momento, María le murmura unas palabras. Luego Isabel alza su rostro radiante, la mira con veneración, se inclina en un intenso saludo diciendo: “Bendita Tú entre todas las mujeres. Bendito el fruto de Tu vientre. Bendita Tú, que por tu fe harás realidad lo que te ha sido predicho por el Señor y fue predicho a los profetas para este tiempo. Bendita Tú, por haber traído la santidad a éste hijo mío que siento saltar de júbilo en mi vientre”.Se aparta con una exclamación de dolor y alegría al mismo tiempo, llevándose las manos al abultado vientre palideciendo. María y un sirviente extienden los brazos para sujetarla, pues ella vacila como si se sintiera mal. Luego, reponiéndose, alza su rostro radiante que parece rejuvenecido. Mira a María sonriendo con veneración como si estuviera viendo a un ángel.María, con lágrimas pero sonriente, mirando al cielo, exclama: “El alma mía magnifica al Señor”.


3.- El nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo.

Obligada por el censo, mucha gente ha debido viajar a Belén. José y María, con su embarazo ya muy avanzado, se encuentran entre ellos. Recorren muchas casas sin encontrar hospedaje. José está preocupado. Se levanta un viento cortante que sopla cada vez más fuerte y se acercaba la noche. Un pastor, al verlos angustiados, y notando el estado de la Virgen, da a José una vasija con leche de oveja recién ordeñada y le señala el camino a un establo donde descansar.María y José encuentran el refugio de piedra donde sólo hay un buey. Hace mucho frío en esa noche invernal. José enciende un fuego para calentar a María. Ella se recuesta sobre una cama de paja que le ha preparado su esposo, entre un tronco y el cuerpo del buey, que está echado.José mira de tanto en tanto a María. La ve tranquila, como si durmiera. Va rompiendo lentamente ramas y las va echando una a una al fuego para que no se apague, siendo esa la única luz que ilumina.José se arrodilla a rezar intensamente mientras una irradiación en María aumenta y aumenta, parece descender del cielo. Va creciendo cada vez con más fuerza, absorbe la luz de la luna, parece como si Ella atrajese hacia sí toda la luminosidad que le pudiese venir de lo alto.La cueva, llena de telas de araña, agujeros y humo, ahora parece una sala real.Las piedras se ven como macizos de plata. Los agujeros, esferas de ópalos. Las telarañas parecen tejidas de plata y diamantes. El heno del pesebre es hilo de plata. El suelo, un cristal encendido con luz blanca. Los salientes del piso parecen rosas. La luminosidad crece cada vez más, es irresistible a los ojos.José sigue orando.El cuerpo de María despide cada vez más luz y, como absorbida por ella, la Virgen desaparece…y emerge La Madre.José se arrodilla. Ella, erguida, alza a su criatura entre sus brazos y dice:“Heme aquí, Oh Dios, heme aquí para hacer Tu Voluntad. Con el Niño, Yo María y José Mi Esposo, he aquí a Tus siervos Señor, para hacer siempre, en todo momento, y en todo lo que suceda, Tu Voluntad, para Gloria Tuya y por amor a Ti”.Esa noche los pastores ven una luz. Uno de ellos se asoma a la puerta, ve que está más claro que otras veces y se protege con su mano de la luz de la luna. Es una luz rara.Llama a sus compañeros que salen a la puerta con antorchas comentando este extraño hecho. Algunos tienen miedo.“Miren esa luz que se acerca, parece un ángel”.Al ver que se va acercando unos caen de rodillas.“No tengan miedo” les dice el ángel con una voz muy armoniosa, “les traigo una buena noticia: hoy en Belén ha nacido el Salvador”.El ángel brilla con una luz muy especial. Parece que estuviese ardiendo, y dice: “Lo van a reconocer por estas señales. Detrás de Belén, en un pobre establo, encontrarán a un Niño envuelto en pañales, pues para el Mesías no hubo alojo en la ciudad”.En ese instante bajan muchos ángeles del cielo, muy luminosos, cantando con voces celestiales el Gloria angélico y desparramando la melodía por la quieta campiña.El canto comienza a disminuir y la luz también. Los pastores vuelven en sí.“Vamos, vamos a buscarlo”; entonces uno de ellos dice:”Yo se donde está. Vi a la Mujer embarazada, es muy joven y hermosa. Me dio compasión porque los vi angustiados por no encontrar alojamiento. Les indiqué el lugar donde había un establo y además les di leche”.Van hacia allí con antorchas, llegan al establo pero no se animan a entrar. Uno de ellos se acerca, mira y se queda extático viendo a una mujer muy bella, a un hombre inclinado sobre un pesebre y a un recién nacido que llora, mientras la Mujer le dice:” No llores mi Jesús”, y trata de consolarlo.Al oír un ruido, José mira hacia la entrada y, viendo gente, pregunta:“¿Quiénes son?”“Pastores” -contestan-. “Les traemos alimentos y lana para calentar al Niño. Queremos adorar al Salvador porque un ángel nos avisó que ya ha nacido”.Se acercan con sus humildes ofrendas, acomodándolas a los pies de María. Luego contemplan al Niño sonrientes y muy conmovidos.María levanta con ternura al Niño. Los pastores se inclinan hasta el suelo, besan los diminutos pies, y lo adoran. Casi todos lloran de emoción.Cuando se retiran salen retrocediendo lentamente, sin dar la espalda y, prometiendo volver, dejan ahí sus corazones.



4.- La Presentación del Niño Jesús.

José, vestido con su túnica marrón, espera a María junto al burrito. Cuando Ella llega, se miran y se sonríen, como es costumbre entre ellos.
La ayuda a subirse, toma por un momento al Niño, que duerme muy tranquilo, mientras María se acomoda mejor en la montura.
José va andando al lado de María sujetando las riendas, poniendo mucho cuidado en que el burro vaya derecho y sin tropiezos.
María tiene a Jesús en su regazo y, por temor a que tenga frío, le extiende encima parte de Su manto.
Así llegan a la ciudad; se dirigen al Templo.
Antes de entrar, se acerca un sacerdote rociando a María con agua. Luego entran la Virgen con el Niño, José y el sacerdote.
María le ofrece El Niño, que ya se ha despertado, al sacerdote. Este lo toma y, orando, lo eleva hacia el cielo extendiendo los brazos.
Al finalizar, la Madre recibe de nuevo al Niño estrechándolo con mucha pasión y emoción contra su pecho.
Y así, el rito ha quedado cumplido.

Hay gente curiosa que está mirando. De entre ella se abre paso un anciano de nombre Simeón, que le pide a María alzar al Niño por unos momentos; Ella, sonriente, se lo da. Simeón toma a Jesús, lo besa y el Niño sonríe. Parece que lo mira con curiosidad. El anciano se ríe y emociona al mismo tiempo, mientras lágrimas le corren por el rostro. María y José sonríen también al oír las palabras del anciano, que son admirables. Muchos otros también se emocionan.
La sonrisa de María desaparece cuando Simeón le profetisa sus dolores. Aunque Ella ya los conoce, las palabras le atraviesan el alma. María se arrima a José para encontrar refugio.
Sintiendo piedad por la Virgen, la profetisa Anna se acerca a María y la consuela diciendo, entre otras cosas: “Jamás faltó la ayuda del Señor a las grandes mujeres y Tú eres la mayor de todas, porque nos ha dado al Mesías. Nuestro Dios te dará un corazón y fuerzas para que puedas resistir ese dolor, por lo que serás la Mujer más grande de la creación”. Y luego, mirando al Niño, le dice: ”Y Tú pequeño, acuérdate de mi”


5.- El Niño Jesús perdido y hallado en el Templo.

Luego de un día de andar en caravana, y una vez congregados hombres y mujeres, María tiembla al ver que Jesús no está con ellos.
Su dolor contenido es tan manifiesto que conmueve más que cualquier escena de llantos y gritos.
No obstante, el dolor que emana su rostro, traspasa a José.
Ya anochece, pero no importa. Todos sus pasos los llevan de nuevo hacia Jerusalén.
El camino ha sido largo, pero regresan. Hacen detener a las caravanas, a los peregrinos, preguntan y preguntan. Todo un día de camino en dirección contraria. Nadie sabe ni ha visto nada.
Pasan tres días. Tres días de angustia, tres días sin saber ya dónde buscar. Nadie sabe nada de éste Niño en la ciudad.
¿Dónde puede estar Su Jesús?
María entra al Templo.
¿Qué haría un niño en el Templo?
Exhausta, recorre vestíbulos y patios, hasta que oye la voz de un niño y echa a correr. Corre hacia el lugar de donde viene la voz, esa amada voz que dice: “Estas piedras trepidarán…”
Trata de abrirse paso por entre la muchedumbre. Después de una gran fatiga, ve a su Hijo, con los brazos abiertos, hablando entre los doctores.
Corre hacia El, lo abraza y exclama: “¿Porqué nos has hecho esto? Hace tres días que con José te estamos buscando. Hijo, estamos a punto de morir de dolor, ¿porqué Jesús?”
“Madre, ¿no sabes acaso que debo ocuparme de las cosas de Mi Padre? Por encima del padre y madre de la tierra está Dios. Su amor es superior a cualquier otro”.
Esto es lo que le dice a Su Madre.

17/5/08

SAN JOSÉ (parte primera)

José está durmiendo en su modesto lecho en la diminuta habitación. Está girado sobre uno de los lados, sonriendo mientras duerme, quien sabe ante qué visión está soñando.
Pero su sonrisa se transforma en congoja. Emite el típico suspiro profundo de quién está teniendo una pesadilla despertándose sobresaltado.
Se viste apresurado, dirigiéndose a la puerta de la pequeña habitación de María. Golpea suavemente y al entrar la ve arrodillada junto a la cuna del Niño que tiene aproximadamente un año.
“¿José, sucede algo?”
“Tenemos que irnos de aquí enseguida, en mis sueños se apareció un Ángel que me ha dicho que tome al Niño, a Ti María y que huyamos cuanto antes a Egipto. Después te explico más. Toma el baúl y llénalo con todo lo más necesario que puedas poner en él. Yo me encargo de preparar lo demás, cuando empiece a clarear huiremos.”
María comprendió enseguida el peligro que le cernía, muy angustiada y rápidamente empezó a guardar lo que consideró más importante.
“Toma todo lo que puedas porque estaremos mucho tiempo afuera, lo demás lo perderemos.
A pesar de que llevaremos tres burros no puedo cargarlos demasiado, el camino será largo e incómodo, parte entre montaña y parte entre el desierto. He tomado los regalos de los Reyes Magos porque en aquella tierra nos vendrán bien para los gastos que tendremos.”
María llenó el baúl con mantas, ropa los enseres que consideraba más necesarios.
Luego empieza suavemente a despertar a Jesús, se inclina en la cuna besándole la mejilla. El Niño despertándose ve a su Mamá, sonríe tendiéndole sus manitas.
María lo acerca hacia su pecho y lo amamanta amorosamente, luego lo viste.
José regresa y dice:
“No podemos llevarnos la cuna pero sí el colchoncito; pobre pequeño, perseguido a muerte.”
A María le cambia el semblante, pálida y asustada toma del brazo a José, casi en un grito desesperado exclama:
“¡Qué estás diciendo!”
“Sí María, Herodes lo quiere muerto porque tiene miedo de Él. Esa fiera inmunda tiene miedo de este Inocente por su reino humano. No sé lo que hará cuando comprenda que ha huido, pero para entonces nosotros ya estaremos lejos. No llores María, el verte llorar es para mí un dolor mucho mayor que el de tener que marchar al exilio.”
“Ay José, lloro porque mucho te has tenido que sacrificar, ahora otra vez te quedas sin clientes y sin casa.”
“No pienses en el mañana María, tenemos el caudal que nos han dado los magos, luego buscaré un trabajo. Además teniendo a Jesús, tenemos todo, basta con salvarlo, tenemos todo porque lo tenemos a Él.
Llevo mis herramientas, viviremos muy humildemente pero en Paz porque es Dios el que nos está guiando. Vamos María, ya empieza a clarear.”
Ella levanta al Niño lo arropa en un mantón y apretándolo contra su pecho. Mirando a su alrededor ve unos animalitos de madera que José le había hecho a Jesús, los levanta emocionada en sus manos y los guarda también.
María sale de la casa que los hospedó durante tantos meses y con lágrimas en los ojos se despide de la dueña.
En la escasa luz de la alborada se ven tres burros, el más fuerte carga los enseres principales, los otros dos son para María con el Niño y el otro para José.
La huída comienza mientras Belén duerme tranquila sin saber lo que le espera.

15/5/08

San José (segunda parte)


Han pasado dos años desde ese largo y penoso viaje a Egipto.
Viven en una humilde casucha, toda blanca, de un solo piso con dos puertas que llevan a dos habitaciones.
El pequeño y árido terreno está cercado por unas cañas. Tiene unas escasas verduras, un árbol, en uno de sus lados hay ramas trepadoras para hacer más tupido al cerco, en el otro costado una planta de jazmines en flor y una mata de rosas de las más comunes. Hay una cabrita blanca y negra atada al árbol que les proveerá de leche.

Una tarde el Niño Jesús está sentado en una estera jugando con unos animalitos de madera que le ha hecho José y con unas virutas trata de enroscarlas al cuello como si fueran un collar.
Viste una túnica blanca y sus pies están al desnudo. Mete en sus sandalias a los animalitos y tira con un cordón como si fuera un carrito.
Un poco separada bajo el mismo árbol está María hilando.
Ya comienza a atardecer, María le pone las sandalias al Niño, recoge los juguetes y le hace unas caricias. Cubre el telar con un paño, toma la banqueta con una mano con la otra la mano del Niño y vuelven a la casa.
Luego se dirigen a la parte delantera del jardín donde hay una pequeña tranquera que abren para poder salir al camino.
No hay vecinos cerca y las casitas, muy humildes por cierto, se encuentran lejos unas de otras.
María sigue caminando y desde lejos ve venir la figura de José que viene muy sonriente. Al ver a Jesús y a María acelera el paso. Trae sobre su hombro y en las manos las herramientas de trabajo. María sonríe feliz y el Niño emite unos grititos de alegría mientras tiende sus bracitos a José tomando la manzana que le trajo de regalo. Mientras Ella diligentemente toma las herramientas de trabajo de José para que pueda arrodillarse y alzar al Niño y juntos de dirigen a la casa.
Una vez en ella José enciende la lámpara para dar más claridad al lugar ya que está anocheciendo. Guarda sus herramientas, ordeña la cabrita para la leche del Niño y entra el telar en la casa.
Mientras tanto María prepara la cena que consiste en pan de centeno, una rodaja de queso y unas verduras hervidas. Antes de empezar a comer rezan en voz alta, José dirige la oración y María responde, parece ser un salmo.
El Niño come su manzana y el pan remojado en la leche de cabra.
Es una cena de gente pobre pero tanta es la paz que se respira ¡cuanta armonía hay en ella!

14/5/08

SAN JOSÉ (tercera parte)

Ya Jesús creció tiene alrededor de cinco años y está muy atento a las enseñanzas de José quien le trajo de regalo unas pequeñas herramientas de trabajo adecuadas para sus manitos y para que pueda aprender sin mayor esfuerzo.
Jesús contento le dice:
“Qué suerte, qué lindo, así te podré ayudar”
José le responde:
“Te harás un hábil carpintero” y entrando al taller le muestra la pequeña mesa de trabajo hecha para su estatura. Jesús de lo más contento corre hacia ella, toma la sierra y comienza a usarla, apretando los labios y al rato su carita se pone roja por el esfuerzo.
José lo alaba y le enseña a trabajar con paciencia y con amor.
María asomándose a la puerta, mira y se queda extasiada al ver la paciencia, la dedicación y el amor con que José le enseña a Jesús que tanto empeño pone para aprender. Al ver a su Madre corre hacia Ella prometiendo hacerle un banquito para que trabaje más cómoda en el telar.
Toda la Paz de esta Familia Santa se ve reflejada aquí. Y estos momentos de aprendizaje en su niñez no las olvidará jamás.


1.Es una lección de humildad, de resignación que debería siempre servir de ejemplo a todas las familias cristianas. Debemos tener en cuenta de que vivían en un lugar totalmente desconocido para ellos, con un clima, país, idioma y costumbres distintas, entre gente que no los conocía y que como es normal entre los pueblos, desconfiaba de expatriados y desconocidos.

13/5/08

MISTERIOS LUMINOSOS



1) Bautismo de Jesús en el Jordán.

Hay mucha gente en el borde del río Jordán. Algunos parecen de la campiña, otros ricos, y otros parecen fariseos por el vestido adornado de franjas y de tiras. El río es de un azul, ligeramente verdoso, alegrando la vista cansada del terreno arenoso y lleno de piedras.
En medio de ellos, de pie sobre un peñasco, hay un hombre que habla a las multitudes, es Juan el Bautista. Lo hace en forma vehemente, duro en el hablar y en el gesticular, es tan impetuoso que merecería el nombre de rayo, avalancha, terremoto.
Jesús, a espaldas de Juan, avanza caminando despacio, viene solo. Se acerca sin hacer ruido y escucha la voz fulmínea del penitente del desierto.
Jesús parece uno más del pueblo, ninguna señal divina lo diferencia de los demás, aunque señor por el porte y belleza.
Podría decirse que Juan siente una emanación espiritual, se vuelve y reconoce la fuente de aquella emanación. Desciende del peñasco y veloz se dirige a El.
Se miran por un momento, Jesús con su mirada tan dulce, Juan con sus negrísimos ojos de mirar severo, llenos de fulgor. Vistos de cerca parecen un salvaje y un ángel.
Juan grita: “He aquí al Cordero de Dios, ¿cómo es posible que venga a mí, El, que es mi Señor?”
Jesús le responde: “Para cumplir con el rito de penitencia”.
“Jamás Señor mío”, dice Juan, inclinándose ante el.
“Soy yo quien debe venir a Ti para ser santificado, en cambio eres Tú el que viene a mí.”
Jesús poniéndole la mano sobre la cabeza le dice: “ Deja que se haga como Yo quiero, para que se cumpla toda justicia, y tu rito se convierta en el principio de otro misterio mucho más alto, y se avise a los hombres que la víctima está ya en el mundo”.
Juan emocionado lo mira y los dos se dirigen a la orilla del río.
Jesús se quita el manto para entrar al agua.
Juan, con un tazón hecho de calabaza resecada al sol, que colgaba de su cintura, lo bautiza echando agua sobre Su cabeza.
En ese momento se abrió el cielo, descendió una Paloma Divina sobre Jesús y se oyó el anuncio de Dios diciendo: “He aquí a Mi Hijo muy amado en quien tengo todas Mis complacencias”.
Esto fue dicho para que los hombres no tuviesen excusa o duda en seguirlo a Jesús que es el cordero en la pureza de Su carne, en la modestia de Su trato, en la mansedumbre de Su mirada.
Jesús vistiéndose sube a la ribera para orar. Juan, señalándolo, dice a la multitud:
“Uds. han podido reconocer la señal del Espíritu Santo al verlo descender en forma de luminosa paloma sobre El”.



2.- Las Bodas de Caná.

Se ve una casa de campesinos en medio de la campiña, rodeada de higueras y manzanos.
Dos mujeres con vestidos largos y mantos que hacen las veces de velo, se dirigen por el sendero hacia la casa.
Una es María, bella, esbelta, con un porte lleno de dignidad. Es toda gentileza y santidad. La otra parece mayor de edad.
Al verlas venir sonrientes, un encargado de la casa avisa a los demás, que salen a su encuentro con gran alegría. Todos están vestidos con trajes de fiesta.
María entra acompañada por el anciano dueño de casa. Suben la escalera y llegan a un ambiente grande, usado como depósito de herramientas o, para ocasiones especiales, como esta boda.
La habitación está adornada con ramas verdes, esteras y mesas para alimentos. En el centro hay una mesa más grande provista con jarras, platos llenos de frutas, quesos, tortas con miel y dulces. Contra la pared hay una alacena larga con vasos, jarras y otros alimentos.
María cortésmente escucha a todos. Luego, quitándose el manto, ayuda a terminar de preparar las mesas. Pone en orden las sillas y almohadones, arregla las guirnaldas de flores, da mejor presentación a las frutas y controla que las lámparas tengan aceite. Todo lo hace sonriendo y hablando lo necesario.
Poco a poco se escucha una música no muy armoniosa que se va acercando. Todos los invitados salen afuera para recibir a los novios, menos María, que se queda arreglando los últimos detalles, lo que demuestra que debe ser parienta o muy amiga de la familia.

Más tarde, desde el poblado, acompañado de dos discípulos, llega Jesús, vestido con su túnica blanca y manto azul. Al verlo llegar salen a su encuentro María, el dueño de casa y el novio.
Madre e Hijo se saludan en forma muy respetuosa, Ella pone su mano blanca sobre la espalda de Jesús arreglándole la cabellera, pero las miradas que acompañan las palabras “La paz sea contigo” valen por cientos de caricias.
Las mujeres se apresuran por poner asientos y platos para los huéspedes que, al parecer, son inesperados.
Se oye la voz llena, viril de Jesús, que al entrar en la sala dice: “La paz sea en esta casa y la bendición de Dios con todos ustedes”.
Es un saludo a todos, lleno de majestad. Es el huésped tal vez fortuito, pero parece el rey del banquete, que domina todo con su presencia y estatura.
Jesús se sienta en la mesa central, junto con los novios, sus padres, María y los amigos de mayor importancia.

Empieza el banquete, a nadie le falta el apetito ni la sed, sólo María y Jesús comen y beben poco. Ambos hablan lo necesario. Jesús es muy cortés, si se le pregunta, responde. Si le hablan, muestra interés y expone su parecer.
María cae en cuenta de que los servidores discuten porque se ha acabado el vino y el dueño de casa está muy molesto. Acercándose a Jesús le dice despacio: “Hijo, no tienen más vino”,
“Madre, ¿qué más hay entre Tú y Yo?”
Al decir estas palabras Jesús sonríe dulcemente y con complicidad a su Madre, como dos que tienen un secreto de alegría que los demás ignoran.
María ordena a los sirvientes: “Hagan lo que El les diga”, y Jesús les dice: “Llenen de agua los jarrones”.
Con una carretilla van trayendo los cubos chorreando y llenan los jarrones. Mientras tanto, el dueño de casa revuelve aquél líquido, lo prueba, lo saborea y habla con el novio, que está cerca.
María mira a su Hijo y sonríe siendo correspondida con una sonrisa de El. María es feliz, baja la cabeza con un ligero sonrojo.
Por la sala se escuchan murmullos, las cabezas se dirigen a Jesús y a María. Algunos se levantan acercándose a los jarrones para ver mejor. Luego de un silencio, en coro alaban a Jesús. El se levanta y dice tan solo: “Agradezcan a María, Yo no le niego nada a Ella. Conozco a Mi Madre, cuya bondad solo Dios supera. Se que hacer un bien es hacerla feliz, porque Ella es todo amor” y se retira del banquete. Los discípulos lo siguen.
En el umbral repite: “La paz sea en esta casa y la bendición de Dios con ustedes”. Mirándo a María le dice: “Madre, te saludo”.



3.- El Anuncio del Reino de Dios invitando a la Conversión.

Todos los apóstoles están sentados junto a Jesús sobre la hierba cerca de un río, comiendo pan y queso, protegidos por la sombra de los árboles. Las sandalias llenas de polvo dicen claramente que ya han recorrido un largo camino.
Después de un breve descanso, siguen hacia Mágdala.
Están conversando entre ellos y se escucha que ante una pregunta de Pedro, Jesús le dice: “Cristo no ha venido a salvar a los que ya están salvados, sino a los que están perdidos”.
Caminando infatigablemente por los polvorientos y calurosos caminos de Galilea, Jesús adoctrina a sus apóstoles y a la muchedumbre que lo sigue con distintas parábolas y numerosos milagros.
Su fama va creciendo de ciudad en ciudad.
Los enfermos y los deseosos de la Buena Nueva afluyen en los espacios libres para oírlo y recibir su ayuda. Ven en El a un joven rubio, alto, con una voz distinta a la de los demás hombres, una voz que llega al corazón. Ven en El su bondad, porque habla con todos, consuela a todos, cura enfermedades y convierte a los pecadores.
Una tarde, después de haber curado a paralíticos, ciegos y otros enfermos, se acercan unos discípulos de Juan el Bautista, quien se encuentra prisionero de Herodes. Se agolpan cerca de Jesús y le preguntan: “¿Eres Tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?”
Jesús, mirándolos, contesta: “Observen lo que me rodea, aquí no hay ni ricos, ni personas que se entreguen a la diversión, ni seres escandalosos, sino pobres, enfermos, honrados israelitas que quieren conocer la Palabra de Dios y no otra cosa. Digan a Juan lo que han visto en muchos lugares de Israel. Los leprosos son curados, los muertos resucitan, los ciegos ven, los paralíticos caminan. Díganle que se anuncia la Buena Nueva a los pobres. Y bienaventurado es el que no se escandalice de Mí. También díganle a Juan que lo bendigo con todo Mi Amor.”





4.- La Transfiguración.

Jesús y los discípulos van caminando, atravesando las colinas de Nazaret. Llegan al Tabor. Jesús dice: “Pedro, Juan y Santiago vengan conmigo al monte. Los demás desparrámense y vayan por los caminos predicando sobre el Mesías. Quiero estar de regreso por la tarde en Nazaret, no se alejen mucho”.
Caminan presurosos. Pedro, colorado y sudoroso, le pregunta: “¿A dónde vamos? ¿No podemos ir más despacio? no hay casas allí”.
“Voy a unirme con Mi Padre.” –dice Jesús- “He querido que estén conmigo porque los amo. A las citas con Dios hay que ir rápidos, allí descansarán” y continúan subiendo.
Llegan a la cima del monte. Es un día primaveral, claro, sereno y luminoso; se puede ver hasta muy lejos. El lago de Genesaret parece un trozo de cielo caído.
“Descansen, amigos” – dice Jesús – “Voy allí a orar” y señala con la mano una gran roca que sobresale del monte. Jesús se arrodilla sobre la hierba, pone las manos y la cabeza sobre la roca y ora.
Es la misma posición que tendría en el Getsemaní.
Mientras tanto los apóstoles se quitan las sandalias y descansan sobre la hierba.

De pronto los sacude una luminosidad tan viva que anula la del sol, se esparce y penetra hasta el verde de los matorrales y árboles. Abren los ojos, sorprendidos, y ven a Jesús transfigurado, majestuoso, luminoso; su túnica de color rojo se ha cambiado en un tejido de diamantes, inmaterial, celestial.
Su rostro es un sol esplendidísimo en el que resplandecen sus ojos. Parece más alto, como si su glorificación hubiese cambiado su estatura. Su luminosidad hace fosforescente hasta a la llanura, es algo indescriptible.
Está parado sobre una luz que lo separa de la tierra, es de un color blanco e incandescente. Jesús está con su rostro levantado al cielo y sonríe.
Los apóstoles están llenos de miedo, lo llaman con ansias: “¡Maestro, Maestro!”
Ven que está en éxtasis, no se atreven a acercarse.
La luz aumenta mucho más por dos llamas que bajan del cielo y se ponen al lado de Jesús; cuando están sobre el verdor aparecen dos majestuosos y luminosos personajes, son los dos profetas Moisés y Elías.
Los apóstoles caen de rodillas con la cara entre las manos. Jesús sonríe.
Pedro le dice: “Es bello estar aquí contigo, con Moisés y con Elías. Si quieres, haremos tres tiendas y nos quedaremos a servirte”.
Jesús los mira una vez más, sonriendo vivamente con una mirada que los envuelve amorosamente. Los apóstoles no se atreven a decir ni una palabra. Parece como si estuvieran un poco ebrios. Entonces aparece un resplandor mucho más fuerte aún y una voz poderosa y armoniosa vibra, llenando el espacio, diciendo: “Este es Mi Hijo muy amado, en quien tengo puestas todas Mis complacencias. Escúchenlo”.
Pedro exclama: “Misericordia de mi que soy un pecador”
Nadie se atreve a levantar la cabeza, no ven que la luz ha vuelto a su estado y que Jesús ha vuelto a ser el Jesús de siempre, con su túnica rojo oscuro.
Levantan la cara y lo ven tal cual es.
“Levántense” – dice Jesús – y, al hacerlo, ven que está sonriendo.
Pedro le pregunta: “¿Cómo hacemos para tenerte a nuestro lado ahora que hemos visto tu Gloria, nosotros hombres pecadores que hemos oído la voz de Dios?”
“Deben vivir a Mi lado, ver Mi gloria hasta el fin. Háganse dignos, obedezcan al Padre. Volvamos ahora entre los hombres porque he venido para estar entre ellos y para llevarlos a Dios. No hablen nada de esto con nadie. Cuando el Hijo del Hombre haya resucitado de entre los muertos y vuelto a la Gloria del Padre, entonces sí será necesario para tener parte en Mi Reino. Elías ya vino y ha preparado los caminos del Señor, todo sucede como se ha revelado”.

Luego bajan y se dirigen hacia donde están los otros discípulos, a los que se han agregado varios curiosos deseosos de conocer al Mesías.
Entre la multitud se encuentra un padre desesperado por su hijo enfermo. Al ver a Jesús le dice:
“Nadie ha podido curarlo. Creo firmemente en Ti. Tú sí puedes hacer algo. Ten piedad de nosotros y socórrenos.”
Jesús contesta: “Si puedes creer de este modo, todo Me es posible porque todo se concede a quien cree” y el niño queda curado dejando a todos asombrados.
Luego sigue Su camino.



5.-La Institución de la Eucaristía.
Los discípulos van entrando de a poco al lugar donde se realizará la cena de Pascua.
Mientras ordenan y acomodan la sala, Judas Tadeo controla el aceite de las lámparas, la jarra y la palangana para el lavatorio de pies de los discípulos.
Entra Jesús sonriente. Se lo nota agotado.
Abriendo Sus brazos, bendice diciendo: “La paz sea con ustedes, nunca habíamos tenido escenario tan digno para comer el cordero. Comamos pues, la cena con espíritu de paz. Comprendo que los he perturbado con Mis instrucciones estas últimas noches pero ya hemos terminado, ahora no los perturbaré más. No todo lo que se refiere a Mí está dicho, tan solo lo esencial. El resto, después lo comprenderán”.

Los discípulos traen una gran palangana de metal, le ponen agua, le ofrecen la toalla a Jesús, quien comienza a lavar los pies de todos.
Luego Jesús los ubica en la mesa. Reparte a cada uno el pan ya partido y embebido en hierbas que hay en cuatro salseras. Terminando esto cantan varios salmos. Luego ponen el cordero frente a Jesús, quien lo distribuye a todos, procurando que cada uno esté bien servido.
Mirándolos, les dice: “Con toda Mi alma he deseado comer con ustedes esta Pascua, ha sido mi mayor deseo, no volveré a gustar el fruto de la vid hasta que haya venido el Reino de Dios y a este banquete solo se acercarán los que hayan sido humildes y limpios de corazón. Ahora que hemos cumplido el rito antiguo voy a celebrar el nuevo rito. Prometí un milagro de amor, ha llegado la hora de hacerlo, por esto había deseado esta Pascua. De hoy en adelante esta será la Hostia Inmolada como un rito eterno de Amor. Los he amado durante toda Mi vida terrenal, los he amado desde la eternidad, y quiero amarlos hasta el fin. No hay cosa mayor que ésta, Me voy pero quedaremos siempre unidos mediante el milagro que ahora voy a realizar”.
Jesús toma un pan entero. Lo pone sobre la copa llena de vino, bendice y ofrece ambos; luego parte el pan en trece pedazos y da uno a cada apóstol diciendo: “Tomad y comed, esto es Mi Cuerpo. Hagan esto en recuerdo de Mí que me voy.”
Da el cáliz y dice: “Tomad y bebed, esta es Mi Sangre. Esto es el cáliz del nuevo pacto en Mi Sangre y por Mi Sangre, que será derramada por ustedes para que se les perdonen sus pecados y para darles la Vida. Hagan esto en recuerdo Mío”.

MÚSICA: PARA VER Y ESCUCHAR

12/5/08

MISTERIOS DOLOROSOS


- Martes y Viernes -
1.- La Oración de Jesús en el Huerto de los Olivos.

Jesús dice a sus apóstoles: “Quédense aquí y oren”.
Se lleva con El a Pedro, Juan y Santiago para que se queden más cerca del lugar donde va a orar y les dice: “Quédense aquí y oren por Mi, Su Maestro está muy abatido. Pero no se duerman, porque puedo necesitarlos.”
Se retira, llega hasta donde se encuentra un prominente olivo con una gran roca debajo de sus ramas.
Se arrodilla, y reza con los brazos abiertos en cruz con la cara mirando al cielo.
“Te pido Padre, para el hombre, Piedad…¿los salvaré?...esto te pido, salvarlos. Salvarlos del mundo, de la carne, del demonio”.
Jesús apoya Su espalda en la roca, Su cara va adquiriendo una expresión cada vez más triste… y llora.

Al rato, regresa donde están Juan, Pedro, Santiago y dice: “Duermen… ¿Es que no pueden velar tan solo una hora? Tengo mucha necesidad de consuelo y de oraciones”.
Ellos susurran una disculpa: “Ha sido un momento, ahora vamos a orar en voz alta para que no se repita”.
Jesús retorna a la misma roca, se arrodilla y reza, quedándose en esa posición por un largo tiempo.
Cuando alza el rostro aparece en El toda la tremenda agonía en la sangre que transpira, llora, exuda a través de los poros. El pelo y la barba también están salpicados de sangre. Parece próximo al desfallecimiento y dice: “Es demasiado amargo este cáliz, aléjalo Padre, ¡ten piedad de Mi!”.
Inmediatamente, cobrando nuevas fuerzas dice: “Padre no escuches Mi voz, no se haga Mi voluntad sino la Tuya”.

Secando el sudor de sangre con Su manto, llama a los apóstoles que han vuelto a quedarse dormidos.
“Levántense”, dice Jesús con voz potente.
Eso hacen cuando irrumpen en ese momento muchas antorchas encendidas. Es la horda, entre ellos está Judas Iscariote, que se le acerca con sonrisa de hiena, besándole la mejilla derecha.
“Amigo, ¿con un beso me traicionas? ¿Y ustedes, a quién buscan? Jesús el Nazareno Soy Yo, dejen libres a estos otros”.
Mientras El habla, Pedro corta de un golpe con su espada la oreja de quien quiere atar las manos de Jesús. Esto produce un gran alboroto entre todos. Jesús les dice: “Guarden las armas, si quisiera tendría como defensores a los ángeles del Padre.” Y, antes de ofrecer Sus manos para que se las aten, toca la oreja y la cura.
Los apóstoles muy alterados, entre los gritos y las amenazas, se asustan y huyen.
Jesús se queda solo… El y los secuaces…
Así empieza el camino.




2.- LA FLAGELACIÓN DE JESÚS.

Vestido con una túnica de lino que le llega hasta la rodilla y atado por las muñecas, Jesús es llevado ante Pilatos.
Escoltado por centuriones llega al palacio proconsular.
Hay mucha gente alrededor, mientras el resto de la ciudad parece vacía.
Jesús alcanza a ver, en grupo, a los pastores. Más allá, semioculto tras una columna, está Juan.
“Hebreos, escuchad” -dice Pilatos- “Me han traído a este hombre como agitador. Lo he examinado y no encuentro ningún delito en El, como tampoco Herodes, que me lo ha devuelto. No merece la muerte, les daré a cambio a Barrabás y a El, cuarenta azotes”.
“No, no a Barrabás, condena al Nazareno. Crucifícalo, crucifícalo” -grita la chusma-.
“Que sea flagelado” -ordena Pilatos a un centurión, intentando dejar conforme a la horda.

Los soldados lo llevan a un patio, lo desvisten dejándole solo un taparrabos y las sandalias.
Le levantan las manos atadas por encima de su cabeza hasta alcanzar una argolla. A pesar de ser alto no apoya en el suelo más que la punta de los pies.
Los verdugos armados con el flagelo de siete tiras de cuero terminadas en un martillito de plomo, golpean rítmicamente, uno por delante y otro por detrás, a ese pobre y delgado cuerpo cuya piel empieza a abrirse, se rompe saltando sangre por todas partes. Sin embargo, no se escucha ni una sola queja, ningún gemido, sólo la cabeza pende sobre el pecho como por desvanecimiento.
Lo desatan… y se derrumba como muerto.
Suspirando, Jesús intenta inútilmente levantarse apoyando los puños en el suelo. Luego abre los ojos, mira fijamente al hombre que le ha golpeado y, con mucho esfuerzo, se pone de pie.
“Vístete” -ordena el centurión-. El obedece sin decir nada.
Se acurruca al sol, poniéndose de manifiesto toda la debilidad por la sangre perdida, el ayuno y el largo camino andado.








3.- LA CORONACIÓN DE ESPINAS.

Le atan de nuevo las manos, la soga aprieta donde ya tiene la piel levantada.
“¿Y ahora qué hacemos con El?” pregunta un soldado a otro.
“¿Los judíos quieren un rey? Se lo daremos”.
Corre afuera regresando con un manojo de ramas de zarza con espinas largas y puntiagudas. Quita las hojas, las dobla de modo que tomen forma de corona y las meten sobre la cabeza.
La corona es muy grande, se la colocan pero sigue hasta el cuello. La sacan; al hacerlo le rasgan las mejillas con peligro de dejarlo ciego, arrancándole cabellos.
La achican demasiado y aunque se esfuerzan, no le cabe. Se la vuelven a quitar arrancándole cabellos; volviéndola a armar, la prueban…esta vez está bien.
Por delante hay una hilera triple de espinas, por detrás, donde se unen las puntas de las ramas, hay un verdadero nudo de espinas que le penetran por la nuca.
Le colocan un sucio trapo rojo sobre los hombros y entre sus manos una caña que hace de cetro. Burlándose le hacen reverencias, lo saludan diciendo: “Ave, Rey de los judíos”.
Jesús solamente los mira…y en esa mirada hay un dolor tan atroz, pero también una dulzura muy grande.

Poncio Pilatos lo manda a llamar. “Acércate para mostrarte al pueblo”. Y dice: “He aquí al hombre, a vuestro rey ¿no es suficiente todavía?”
Pero la horda grita, muestra los puños, pide muerte.
Jesús mira a la muchedumbre, sólo ve a unos veinte de sus seguidores. Se siente tan solo; lágrimas caen por sus mejillas.
“¿De dónde vienes, quién es Dios?” pregunta Pilatos.
“Es el Todo” -contesta.
“¿Pero no sabes que tengo el poder para liberarte o crucificarte?”
Jesús contesta: “No tendrías ningún poder si no se te diera de arriba, por eso el que me ha entregado a ti es más culpable que tú”.
Pilatos va al frente del atrio y dice con voz potente:”No es culpable”.
“Ya nos encargaremos de que lo sepa el César” -responde el pueblo.
El miedo se apodera en Pilatos. Pide un balde y se lava las manos ante la presencia del pueblo.
Vuelve a su trono, manda por un pedazo de madera y escribe: JESÚS NAZARENO REY DE LOS JUDIOS.
Y ordena: “Que vaya a la cruz”.




4° -JESÚS CON LA CRUZ A CUESTAS CAMINO AL CALVARIO

Es hora de ponerse en marcha.
Traen las cruces; comparada con la de los ladrones, la de Jesús es mucho más larga. El palo vertical no tiene menos de cuatro metros.
Antes de entregar la cruz a Jesús, le pasan por el cuello la tabla con la inscripción “Jesús Nazareno Rey de los Judíos”. La cuerda que la sujeta queda enganchada en la corona que, con el movimiento, va arañando y lastimando más a Jesús. Las espinas penetran en otros sitios haciendo brotar más sangre.
La gente se ríe, lo insulta y blasfema. Jesús, muy debilitado se tambalea, baja los peldaños y, con cada movimiento, la cruz se le incrusta más y más en el hombro completamente llagado.

Un centurión espolea al caballo y la comitiva empieza a moverse con lentitud camino al Gólgota.
Jesús camina jadeante. Cada bache del camino es una trampa para su pie incierto, una tortura para su espalda sangrante y lastimada, para su cabeza coronada de espinas.
Cada vez que tropieza se descoloca la cruz del hombro a la vez que golpea la corona haciendo que las espinas se hundan más todavía.
Jesús tropieza con una piedra saliente, cae sobre la rodilla derecha…, logra ponerse en pie. Como puede sigue otro poco, el cartel que le va bailando por delante le obstaculiza la vista y lo hace caer sobre sus dos rodillas ya lastimadas. Se le da nuevamente la orden de ponerse en marcha.
Cuando Jesús ve al grupito de pastores desolados, desencajados los rostros por el llanto, los mira fijamente y les sonríe.
Recupera algo de fuerzas, continúa, pero esta vez cae a lo largo, la cruz se le cae encima… los soldados lo levantan.
Una mujer se acerca ofreciéndole agua, que no puedo beber por su tan fuerte jadeo. Otra se acerca con un lienzo y se lo pasa por la cara. Ambas mujeres lloran.
Jesús alcanza a decir, entre jadeos: “Gracias, no lloren por Mi, lloren por los pecados del mundo y por sus hijos, porque esta hora no pasará sin castigo. ¡Y qué castigo si esto es así para el Inocente! Las bendigo, váyanse y rueguen por Mi”.

Prosigue el camino y ve a su Madre junto a Juan, tratando de pasar por entre los soldados.
María acelera el paso, le grita: “¡Hijo!”, tendiendo hacia El los brazos.
Pero no puede besarlo, hasta el más leve toque sería una tortura en esa carne lacerada.
¡Cómo describir tanto dolor!
Llega a la cima del Gólgota, pasando cerca de su Madre. María trata de ahogar un gemido llevándose el manto a la boca.
Llegan los dos ladrones, arrojan sus cruces al suelo.
Jesús calla.
La vía dolorosa ha terminado.


5°-LA CRUCIFIXIÓN Y MUERTE DE JESÚS-
Los verdugos ya tienen en sus manos los clavos, martillos y cuerdas. Las muestran burlonamente a los condenados y les dan la orden de desnudarse.
La Virgen se quita el velo que le cubre la cabeza, se lo da a Juan para que, a través de un centurión, se lo alcance a Jesús. El lo reconoce y se lo enrolla varias veces en torno a la pelvis… ese manto que, hasta ese momento, sólo estaba mojado en llanto.

Con mucha dificultad por tantas heridas, se quita las sandalias y mansamente se extiende sobre el madero. Abre los brazos como le dicen que los abra, estira las piernas como le ordenan que lo haga.
Dos verdugos se sientan encima de su pecho para sujetarlo. Uno de ellos pone la punta del clavo en la muñeca, alza el martillo y da el primer golpe. Jesús, que tiene los ojos cerrados, al sentir el agudo dolor grita y se contrae, abriendo los ojos que nadan entre lágrimas. Lo mismo hacen con la otra mano, aunque esta vez, al no llegar al agujero previamente hecho, le estiran el brazo con mucha fuerza y crueldad, dislocándole huesos, rompiéndole músculos, venas, nervios.
María responde con gemidos al grito de Su Hijo. Jesús, para no torturarla ya no grita más.

Luego siguieron con los pies. Levantan la cruz.
María, junto con Juan, traspasa el cordón de soldados para ir al pie de la cruz, ser vista por su Jesús y verlo a su vez.
La gente grita, se mofa, ríe, algunos le arrojan piedras.
Jesús dice ahora sus primeras palabras: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”.
Levantan las cruces de los ladrones que, a diferencia de Jesús, no han sido clavados, sólo atados con soga.
Uno de ellos llora diciendo: “Señor, acuérdate de mi cuando estés en tu Reino”.
Con dificultad Jesús se vuelve, lo mira con profunda piedad y dice: “Yo te lo digo, hoy estarás conmigo en el Paraíso”.

Luego inclina la cabeza dado que María y Juan se han puesto más debajo de la cruz y les dice: “Mujer, ahí tienes a tu hijo. Hijo, ahí tienes a tu Madre”. *1

“Tengo sed” -dice Jesús-.
Un soldado se dirige hacia un recipiente que contiene vinagre y hiel ya preparado para los condenados, ofreciéndole la esponja embebida.
Jesús bebe sediento la amarga bebida que le resulta corrosiva en los labios y rostro heridos.
Jesús, entre jadeos, dice: “Padre, Padre, ¿porqué me has abandonado?”.
Con un jadeo cada vez más estertoroso Jesús dice: “Todo está cumplido”.
Luego de un intervalo de silencio, con infinita dulzura y oración ardiente, Jesús suplica: “Padre, en tus manos encomiendo Mi espíritu”… y expira.

El cielo se oscurece completamente, se desata una terrible y huracanada tormenta con terremoto.
Los rayos son la única luz en esa tremenda oscuridad.
La gente grita, quiere huir pero no pueden. Enloquecidos, los hombres y mujeres caen unos encima de otros, se pisan, se hieren.
Tres veces se repite el terremoto. Los relámpagos dejan ver que muchos han quedado en el suelo, muertos o desvanecidos, alcanzados por los rayos.
Se acerca un soldado a la Cruz y, hundiéndole a Jesús la lanza en el pecho, que penetra profundamente, le atraviesa el corazón, de donde brota mucha agua y sangre que ya tiende a coagularse.