
- Martes y Viernes -
1.- La Oración de Jesús en el Huerto de los Olivos.
Jesús dice a sus apóstoles: “Quédense aquí y oren”.
Se lleva con El a Pedro, Juan y Santiago para que se queden más cerca del lugar donde va a orar y les dice: “Quédense aquí y oren por Mi, Su Maestro está muy abatido. Pero no se duerman, porque puedo necesitarlos.”
Se retira, llega hasta donde se encuentra un prominente olivo con una gran roca debajo de sus ramas.
Se arrodilla, y reza con los brazos abiertos en cruz con la cara mirando al cielo.
“Te pido Padre, para el hombre, Piedad…¿los salvaré?...esto te pido, salvarlos. Salvarlos del mundo, de la carne, del demonio”.
Jesús apoya Su espalda en la roca, Su cara va adquiriendo una expresión cada vez más triste… y llora.
Al rato, regresa donde están Juan, Pedro, Santiago y dice: “Duermen… ¿Es que no pueden velar tan solo una hora? Tengo mucha necesidad de consuelo y de oraciones”.
Ellos susurran una disculpa: “Ha sido un momento, ahora vamos a orar en voz alta para que no se repita”.
Jesús retorna a la misma roca, se arrodilla y reza, quedándose en esa posición por un largo tiempo.
Cuando alza el rostro aparece en El toda la tremenda agonía en la sangre que transpira, llora, exuda a través de los poros. El pelo y la barba también están salpicados de sangre. Parece próximo al desfallecimiento y dice: “Es demasiado amargo este cáliz, aléjalo Padre, ¡ten piedad de Mi!”.
Inmediatamente, cobrando nuevas fuerzas dice: “Padre no escuches Mi voz, no se haga Mi voluntad sino la Tuya”.
Secando el sudor de sangre con Su manto, llama a los apóstoles que han vuelto a quedarse dormidos.
“Levántense”, dice Jesús con voz potente.
Eso hacen cuando irrumpen en ese momento muchas antorchas encendidas. Es la horda, entre ellos está Judas Iscariote, que se le acerca con sonrisa de hiena, besándole la mejilla derecha.
“Amigo, ¿con un beso me traicionas? ¿Y ustedes, a quién buscan? Jesús el Nazareno Soy Yo, dejen libres a estos otros”.
Mientras El habla, Pedro corta de un golpe con su espada la oreja de quien quiere atar las manos de Jesús. Esto produce un gran alboroto entre todos. Jesús les dice: “Guarden las armas, si quisiera tendría como defensores a los ángeles del Padre.” Y, antes de ofrecer Sus manos para que se las aten, toca la oreja y la cura.
Los apóstoles muy alterados, entre los gritos y las amenazas, se asustan y huyen.
Jesús se queda solo… El y los secuaces…
Así empieza el camino.
2.- LA FLAGELACIÓN DE JESÚS.
Vestido con una túnica de lino que le llega hasta la rodilla y atado por las muñecas, Jesús es llevado ante Pilatos.
Escoltado por centuriones llega al palacio proconsular.
Hay mucha gente alrededor, mientras el resto de la ciudad parece vacía.
Jesús alcanza a ver, en grupo, a los pastores. Más allá, semioculto tras una columna, está Juan.
“Hebreos, escuchad” -dice Pilatos- “Me han traído a este hombre como agitador. Lo he examinado y no encuentro ningún delito en El, como tampoco Herodes, que me lo ha devuelto. No merece la muerte, les daré a cambio a Barrabás y a El, cuarenta azotes”.
“No, no a Barrabás, condena al Nazareno. Crucifícalo, crucifícalo” -grita la chusma-.
“Que sea flagelado” -ordena Pilatos a un centurión, intentando dejar conforme a la horda.
Los soldados lo llevan a un patio, lo desvisten dejándole solo un taparrabos y las sandalias.
Le levantan las manos atadas por encima de su cabeza hasta alcanzar una argolla. A pesar de ser alto no apoya en el suelo más que la punta de los pies.
Los verdugos armados con el flagelo de siete tiras de cuero terminadas en un martillito de plomo, golpean rítmicamente, uno por delante y otro por detrás, a ese pobre y delgado cuerpo cuya piel empieza a abrirse, se rompe saltando sangre por todas partes. Sin embargo, no se escucha ni una sola queja, ningún gemido, sólo la cabeza pende sobre el pecho como por desvanecimiento.
Lo desatan… y se derrumba como muerto.
Suspirando, Jesús intenta inútilmente levantarse apoyando los puños en el suelo. Luego abre los ojos, mira fijamente al hombre que le ha golpeado y, con mucho esfuerzo, se pone de pie.
“Vístete” -ordena el centurión-. El obedece sin decir nada.
Se acurruca al sol, poniéndose de manifiesto toda la debilidad por la sangre perdida, el ayuno y el largo camino andado.
1.- La Oración de Jesús en el Huerto de los Olivos.
Jesús dice a sus apóstoles: “Quédense aquí y oren”.
Se lleva con El a Pedro, Juan y Santiago para que se queden más cerca del lugar donde va a orar y les dice: “Quédense aquí y oren por Mi, Su Maestro está muy abatido. Pero no se duerman, porque puedo necesitarlos.”
Se retira, llega hasta donde se encuentra un prominente olivo con una gran roca debajo de sus ramas.
Se arrodilla, y reza con los brazos abiertos en cruz con la cara mirando al cielo.
“Te pido Padre, para el hombre, Piedad…¿los salvaré?...esto te pido, salvarlos. Salvarlos del mundo, de la carne, del demonio”.
Jesús apoya Su espalda en la roca, Su cara va adquiriendo una expresión cada vez más triste… y llora.
Al rato, regresa donde están Juan, Pedro, Santiago y dice: “Duermen… ¿Es que no pueden velar tan solo una hora? Tengo mucha necesidad de consuelo y de oraciones”.
Ellos susurran una disculpa: “Ha sido un momento, ahora vamos a orar en voz alta para que no se repita”.
Jesús retorna a la misma roca, se arrodilla y reza, quedándose en esa posición por un largo tiempo.
Cuando alza el rostro aparece en El toda la tremenda agonía en la sangre que transpira, llora, exuda a través de los poros. El pelo y la barba también están salpicados de sangre. Parece próximo al desfallecimiento y dice: “Es demasiado amargo este cáliz, aléjalo Padre, ¡ten piedad de Mi!”.
Inmediatamente, cobrando nuevas fuerzas dice: “Padre no escuches Mi voz, no se haga Mi voluntad sino la Tuya”.
Secando el sudor de sangre con Su manto, llama a los apóstoles que han vuelto a quedarse dormidos.
“Levántense”, dice Jesús con voz potente.
Eso hacen cuando irrumpen en ese momento muchas antorchas encendidas. Es la horda, entre ellos está Judas Iscariote, que se le acerca con sonrisa de hiena, besándole la mejilla derecha.
“Amigo, ¿con un beso me traicionas? ¿Y ustedes, a quién buscan? Jesús el Nazareno Soy Yo, dejen libres a estos otros”.
Mientras El habla, Pedro corta de un golpe con su espada la oreja de quien quiere atar las manos de Jesús. Esto produce un gran alboroto entre todos. Jesús les dice: “Guarden las armas, si quisiera tendría como defensores a los ángeles del Padre.” Y, antes de ofrecer Sus manos para que se las aten, toca la oreja y la cura.
Los apóstoles muy alterados, entre los gritos y las amenazas, se asustan y huyen.
Jesús se queda solo… El y los secuaces…
Así empieza el camino.
2.- LA FLAGELACIÓN DE JESÚS.

Vestido con una túnica de lino que le llega hasta la rodilla y atado por las muñecas, Jesús es llevado ante Pilatos.
Escoltado por centuriones llega al palacio proconsular.
Hay mucha gente alrededor, mientras el resto de la ciudad parece vacía.
Jesús alcanza a ver, en grupo, a los pastores. Más allá, semioculto tras una columna, está Juan.
“Hebreos, escuchad” -dice Pilatos- “Me han traído a este hombre como agitador. Lo he examinado y no encuentro ningún delito en El, como tampoco Herodes, que me lo ha devuelto. No merece la muerte, les daré a cambio a Barrabás y a El, cuarenta azotes”.
“No, no a Barrabás, condena al Nazareno. Crucifícalo, crucifícalo” -grita la chusma-.
“Que sea flagelado” -ordena Pilatos a un centurión, intentando dejar conforme a la horda.
Los soldados lo llevan a un patio, lo desvisten dejándole solo un taparrabos y las sandalias.
Le levantan las manos atadas por encima de su cabeza hasta alcanzar una argolla. A pesar de ser alto no apoya en el suelo más que la punta de los pies.
Los verdugos armados con el flagelo de siete tiras de cuero terminadas en un martillito de plomo, golpean rítmicamente, uno por delante y otro por detrás, a ese pobre y delgado cuerpo cuya piel empieza a abrirse, se rompe saltando sangre por todas partes. Sin embargo, no se escucha ni una sola queja, ningún gemido, sólo la cabeza pende sobre el pecho como por desvanecimiento.
Lo desatan… y se derrumba como muerto.
Suspirando, Jesús intenta inútilmente levantarse apoyando los puños en el suelo. Luego abre los ojos, mira fijamente al hombre que le ha golpeado y, con mucho esfuerzo, se pone de pie.
“Vístete” -ordena el centurión-. El obedece sin decir nada.
Se acurruca al sol, poniéndose de manifiesto toda la debilidad por la sangre perdida, el ayuno y el largo camino andado.

3.- LA CORONACIÓN DE ESPINAS.
Le atan de nuevo las manos, la soga aprieta donde ya tiene la piel levantada.
“¿Y ahora qué hacemos con El?” pregunta un soldado a otro.
“¿Los judíos quieren un rey? Se lo daremos”.
Corre afuera regresando con un manojo de ramas de zarza con espinas largas y puntiagudas. Quita las hojas, las dobla de modo que tomen forma de corona y las meten sobre la cabeza.
La corona es muy grande, se la colocan pero sigue hasta el cuello. La sacan; al hacerlo le rasgan las mejillas con peligro de dejarlo ciego, arrancándole cabellos.
La achican demasiado y aunque se esfuerzan, no le cabe. Se la vuelven a quitar arrancándole cabellos; volviéndola a armar, la prueban…esta vez está bien.
Por delante hay una hilera triple de espinas, por detrás, donde se unen las puntas de las ramas, hay un verdadero nudo de espinas que le penetran por la nuca.
Le colocan un sucio trapo rojo sobre los hombros y entre sus manos una caña que hace de cetro. Burlándose le hacen reverencias, lo saludan diciendo: “Ave, Rey de los judíos”.
Jesús solamente los mira…y en esa mirada hay un dolor tan atroz, pero también una dulzura muy grande.
Poncio Pilatos lo manda a llamar. “Acércate para mostrarte al pueblo”. Y dice: “He aquí al hombre, a vuestro rey ¿no es suficiente todavía?”
Pero la horda grita, muestra los puños, pide muerte.
Jesús mira a la muchedumbre, sólo ve a unos veinte de sus seguidores. Se siente tan solo; lágrimas caen por sus mejillas.
“¿De dónde vienes, quién es Dios?” pregunta Pilatos.
“Es el Todo” -contesta.
“¿Pero no sabes que tengo el poder para liberarte o crucificarte?”
Jesús contesta: “No tendrías ningún poder si no se te diera de arriba, por eso el que me ha entregado a ti es más culpable que tú”.
Pilatos va al frente del atrio y dice con voz potente:”No es culpable”.
“Ya nos encargaremos de que lo sepa el César” -responde el pueblo.
El miedo se apodera en Pilatos. Pide un balde y se lava las manos ante la presencia del pueblo.
Vuelve a su trono, manda por un pedazo de madera y escribe: JESÚS NAZARENO REY DE LOS JUDIOS.
Y ordena: “Que vaya a la cruz”.
Le atan de nuevo las manos, la soga aprieta donde ya tiene la piel levantada.
“¿Y ahora qué hacemos con El?” pregunta un soldado a otro.
“¿Los judíos quieren un rey? Se lo daremos”.
Corre afuera regresando con un manojo de ramas de zarza con espinas largas y puntiagudas. Quita las hojas, las dobla de modo que tomen forma de corona y las meten sobre la cabeza.
La corona es muy grande, se la colocan pero sigue hasta el cuello. La sacan; al hacerlo le rasgan las mejillas con peligro de dejarlo ciego, arrancándole cabellos.
La achican demasiado y aunque se esfuerzan, no le cabe. Se la vuelven a quitar arrancándole cabellos; volviéndola a armar, la prueban…esta vez está bien.
Por delante hay una hilera triple de espinas, por detrás, donde se unen las puntas de las ramas, hay un verdadero nudo de espinas que le penetran por la nuca.
Le colocan un sucio trapo rojo sobre los hombros y entre sus manos una caña que hace de cetro. Burlándose le hacen reverencias, lo saludan diciendo: “Ave, Rey de los judíos”.
Jesús solamente los mira…y en esa mirada hay un dolor tan atroz, pero también una dulzura muy grande.
Poncio Pilatos lo manda a llamar. “Acércate para mostrarte al pueblo”. Y dice: “He aquí al hombre, a vuestro rey ¿no es suficiente todavía?”
Pero la horda grita, muestra los puños, pide muerte.
Jesús mira a la muchedumbre, sólo ve a unos veinte de sus seguidores. Se siente tan solo; lágrimas caen por sus mejillas.
“¿De dónde vienes, quién es Dios?” pregunta Pilatos.
“Es el Todo” -contesta.
“¿Pero no sabes que tengo el poder para liberarte o crucificarte?”
Jesús contesta: “No tendrías ningún poder si no se te diera de arriba, por eso el que me ha entregado a ti es más culpable que tú”.
Pilatos va al frente del atrio y dice con voz potente:”No es culpable”.
“Ya nos encargaremos de que lo sepa el César” -responde el pueblo.
El miedo se apodera en Pilatos. Pide un balde y se lava las manos ante la presencia del pueblo.
Vuelve a su trono, manda por un pedazo de madera y escribe: JESÚS NAZARENO REY DE LOS JUDIOS.
Y ordena: “Que vaya a la cruz”.
Es hora de ponerse en marcha.
Traen las cruces; comparada con la de los ladrones, la de Jesús es mucho más larga. El palo vertical no tiene menos de cuatro metros.
Antes de entregar la cruz a Jesús, le pasan por el cuello la tabla con la inscripción “Jesús Nazareno Rey de los Judíos”. La cuerda que la sujeta queda enganchada en la corona que, con el movimiento, va arañando y lastimando más a Jesús. Las espinas penetran en otros sitios haciendo brotar más sangre.
La gente se ríe, lo insulta y blasfema. Jesús, muy debilitado se tambalea, baja los peldaños y, con cada movimiento, la cruz se le incrusta más y más en el hombro completamente llagado.
Un centurión espolea al caballo y la comitiva empieza a moverse con lentitud camino al Gólgota.
Jesús camina jadeante. Cada bache del camino es una trampa para su pie incierto, una tortura para su espalda sangrante y lastimada, para su cabeza coronada de espinas.
Cada vez que tropieza se descoloca la cruz del hombro a la vez que golpea la corona haciendo que las espinas se hundan más todavía.
Jesús tropieza con una piedra saliente, cae sobre la rodilla derecha…, logra ponerse en pie. Como puede sigue otro poco, el cartel que le va bailando por delante le obstaculiza la vista y lo hace caer sobre sus dos rodillas ya lastimadas. Se le da nuevamente la orden de ponerse en marcha.
Cuando Jesús ve al grupito de pastores desolados, desencajados los rostros por el llanto, los mira fijamente y les sonríe.
Recupera algo de fuerzas, continúa, pero esta vez cae a lo largo, la cruz se le cae encima… los soldados lo levantan.
Una mujer se acerca ofreciéndole agua, que no puedo beber por su tan fuerte jadeo. Otra se acerca con un lienzo y se lo pasa por la cara. Ambas mujeres lloran.
Jesús alcanza a decir, entre jadeos: “Gracias, no lloren por Mi, lloren por los pecados del mundo y por sus hijos, porque esta hora no pasará sin castigo. ¡Y qué castigo si esto es así para el Inocente! Las bendigo, váyanse y rueguen por Mi”.
Prosigue el camino y ve a su Madre junto a Juan, tratando de pasar por entre los soldados.
María acelera el paso, le grita: “¡Hijo!”, tendiendo hacia El los brazos.
Pero no puede besarlo, hasta el más leve toque sería una tortura en esa carne lacerada.
¡Cómo describir tanto dolor!
Llega a la cima del Gólgota, pasando cerca de su Madre. María trata de ahogar un gemido llevándose el manto a la boca.
Llegan los dos ladrones, arrojan sus cruces al suelo.
Jesús calla.
La vía dolorosa ha terminado.
Traen las cruces; comparada con la de los ladrones, la de Jesús es mucho más larga. El palo vertical no tiene menos de cuatro metros.
Antes de entregar la cruz a Jesús, le pasan por el cuello la tabla con la inscripción “Jesús Nazareno Rey de los Judíos”. La cuerda que la sujeta queda enganchada en la corona que, con el movimiento, va arañando y lastimando más a Jesús. Las espinas penetran en otros sitios haciendo brotar más sangre.
La gente se ríe, lo insulta y blasfema. Jesús, muy debilitado se tambalea, baja los peldaños y, con cada movimiento, la cruz se le incrusta más y más en el hombro completamente llagado.
Un centurión espolea al caballo y la comitiva empieza a moverse con lentitud camino al Gólgota.
Jesús camina jadeante. Cada bache del camino es una trampa para su pie incierto, una tortura para su espalda sangrante y lastimada, para su cabeza coronada de espinas.
Cada vez que tropieza se descoloca la cruz del hombro a la vez que golpea la corona haciendo que las espinas se hundan más todavía.
Jesús tropieza con una piedra saliente, cae sobre la rodilla derecha…, logra ponerse en pie. Como puede sigue otro poco, el cartel que le va bailando por delante le obstaculiza la vista y lo hace caer sobre sus dos rodillas ya lastimadas. Se le da nuevamente la orden de ponerse en marcha.
Cuando Jesús ve al grupito de pastores desolados, desencajados los rostros por el llanto, los mira fijamente y les sonríe.
Recupera algo de fuerzas, continúa, pero esta vez cae a lo largo, la cruz se le cae encima… los soldados lo levantan.
Una mujer se acerca ofreciéndole agua, que no puedo beber por su tan fuerte jadeo. Otra se acerca con un lienzo y se lo pasa por la cara. Ambas mujeres lloran.
Jesús alcanza a decir, entre jadeos: “Gracias, no lloren por Mi, lloren por los pecados del mundo y por sus hijos, porque esta hora no pasará sin castigo. ¡Y qué castigo si esto es así para el Inocente! Las bendigo, váyanse y rueguen por Mi”.
Prosigue el camino y ve a su Madre junto a Juan, tratando de pasar por entre los soldados.
María acelera el paso, le grita: “¡Hijo!”, tendiendo hacia El los brazos.
Pero no puede besarlo, hasta el más leve toque sería una tortura en esa carne lacerada.
¡Cómo describir tanto dolor!
Llega a la cima del Gólgota, pasando cerca de su Madre. María trata de ahogar un gemido llevándose el manto a la boca.
Llegan los dos ladrones, arrojan sus cruces al suelo.
Jesús calla.
La vía dolorosa ha terminado.
Los verdugos ya tienen en sus manos los clavos, martillos y cuerdas. Las muestran burlonamente a los condenados y les dan la orden de desnudarse.
La Virgen se quita el velo que le cubre la cabeza, se lo da a Juan para que, a través de un centurión, se lo alcance a Jesús. El lo reconoce y se lo enrolla varias veces en torno a la pelvis… ese manto que, hasta ese momento, sólo estaba mojado en llanto.
Con mucha dificultad por tantas heridas, se quita las sandalias y mansamente se extiende sobre el madero. Abre los brazos como le dicen que los abra, estira las piernas como le ordenan que lo haga.
Dos verdugos se sientan encima de su pecho para sujetarlo. Uno de ellos pone la punta del clavo en la muñeca, alza el martillo y da el primer golpe. Jesús, que tiene los ojos cerrados, al sentir el agudo dolor grita y se contrae, abriendo los ojos que nadan entre lágrimas. Lo mismo hacen con la otra mano, aunque esta vez, al no llegar al agujero previamente hecho, le estiran el brazo con mucha fuerza y crueldad, dislocándole huesos, rompiéndole músculos, venas, nervios.
María responde con gemidos al grito de Su Hijo. Jesús, para no torturarla ya no grita más.
Luego siguieron con los pies. Levantan la cruz.
María, junto con Juan, traspasa el cordón de soldados para ir al pie de la cruz, ser vista por su Jesús y verlo a su vez.
La gente grita, se mofa, ríe, algunos le arrojan piedras.
Jesús dice ahora sus primeras palabras: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”.
Levantan las cruces de los ladrones que, a diferencia de Jesús, no han sido clavados, sólo atados con soga.
Uno de ellos llora diciendo: “Señor, acuérdate de mi cuando estés en tu Reino”.
Con dificultad Jesús se vuelve, lo mira con profunda piedad y dice: “Yo te lo digo, hoy estarás conmigo en el Paraíso”.
Luego inclina la cabeza dado que María y Juan se han puesto más debajo de la cruz y les dice: “Mujer, ahí tienes a tu hijo. Hijo, ahí tienes a tu Madre”. *1
“Tengo sed” -dice Jesús-.
Un soldado se dirige hacia un recipiente que contiene vinagre y hiel ya preparado para los condenados, ofreciéndole la esponja embebida.
Jesús bebe sediento la amarga bebida que le resulta corrosiva en los labios y rostro heridos.
Jesús, entre jadeos, dice: “Padre, Padre, ¿porqué me has abandonado?”.
Con un jadeo cada vez más estertoroso Jesús dice: “Todo está cumplido”.
Luego de un intervalo de silencio, con infinita dulzura y oración ardiente, Jesús suplica: “Padre, en tus manos encomiendo Mi espíritu”… y expira.
El cielo se oscurece completamente, se desata una terrible y huracanada tormenta con terremoto.
Los rayos son la única luz en esa tremenda oscuridad.
La gente grita, quiere huir pero no pueden. Enloquecidos, los hombres y mujeres caen unos encima de otros, se pisan, se hieren.
Tres veces se repite el terremoto. Los relámpagos dejan ver que muchos han quedado en el suelo, muertos o desvanecidos, alcanzados por los rayos.
Se acerca un soldado a la Cruz y, hundiéndole a Jesús la lanza en el pecho, que penetra profundamente, le atraviesa el corazón, de donde brota mucha agua y sangre que ya tiende a coagularse.
La Virgen se quita el velo que le cubre la cabeza, se lo da a Juan para que, a través de un centurión, se lo alcance a Jesús. El lo reconoce y se lo enrolla varias veces en torno a la pelvis… ese manto que, hasta ese momento, sólo estaba mojado en llanto.
Con mucha dificultad por tantas heridas, se quita las sandalias y mansamente se extiende sobre el madero. Abre los brazos como le dicen que los abra, estira las piernas como le ordenan que lo haga.
Dos verdugos se sientan encima de su pecho para sujetarlo. Uno de ellos pone la punta del clavo en la muñeca, alza el martillo y da el primer golpe. Jesús, que tiene los ojos cerrados, al sentir el agudo dolor grita y se contrae, abriendo los ojos que nadan entre lágrimas. Lo mismo hacen con la otra mano, aunque esta vez, al no llegar al agujero previamente hecho, le estiran el brazo con mucha fuerza y crueldad, dislocándole huesos, rompiéndole músculos, venas, nervios.
María responde con gemidos al grito de Su Hijo. Jesús, para no torturarla ya no grita más.
Luego siguieron con los pies. Levantan la cruz.
María, junto con Juan, traspasa el cordón de soldados para ir al pie de la cruz, ser vista por su Jesús y verlo a su vez.
La gente grita, se mofa, ríe, algunos le arrojan piedras.
Jesús dice ahora sus primeras palabras: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”.
Levantan las cruces de los ladrones que, a diferencia de Jesús, no han sido clavados, sólo atados con soga.
Uno de ellos llora diciendo: “Señor, acuérdate de mi cuando estés en tu Reino”.
Con dificultad Jesús se vuelve, lo mira con profunda piedad y dice: “Yo te lo digo, hoy estarás conmigo en el Paraíso”.
Luego inclina la cabeza dado que María y Juan se han puesto más debajo de la cruz y les dice: “Mujer, ahí tienes a tu hijo. Hijo, ahí tienes a tu Madre”. *1
“Tengo sed” -dice Jesús-.
Un soldado se dirige hacia un recipiente que contiene vinagre y hiel ya preparado para los condenados, ofreciéndole la esponja embebida.
Jesús bebe sediento la amarga bebida que le resulta corrosiva en los labios y rostro heridos.
Jesús, entre jadeos, dice: “Padre, Padre, ¿porqué me has abandonado?”.
Con un jadeo cada vez más estertoroso Jesús dice: “Todo está cumplido”.
Luego de un intervalo de silencio, con infinita dulzura y oración ardiente, Jesús suplica: “Padre, en tus manos encomiendo Mi espíritu”… y expira.
El cielo se oscurece completamente, se desata una terrible y huracanada tormenta con terremoto.
Los rayos son la única luz en esa tremenda oscuridad.
La gente grita, quiere huir pero no pueden. Enloquecidos, los hombres y mujeres caen unos encima de otros, se pisan, se hieren.
Tres veces se repite el terremoto. Los relámpagos dejan ver que muchos han quedado en el suelo, muertos o desvanecidos, alcanzados por los rayos.
Se acerca un soldado a la Cruz y, hundiéndole a Jesús la lanza en el pecho, que penetra profundamente, le atraviesa el corazón, de donde brota mucha agua y sangre que ya tiende a coagularse.


3 comentarios:
que hermoso gracias me ayudo mucho. Pude mejorar las meditaciones la Virgen los bendiga.
DIOS mío no tengo palabras solo tengo lágrimas en mis ojos y un corazón adolorido de saber cuánto padeciste SEÑOR x mí y yo cm te he pagado😭🙏
Jesús salvador nuestro, envía a Tu Santo Espíritu, sobre la faz de tierra y que todos los hombres vuelvan a Ti y te reconozcan como el Hijo de Dios Padre, creador de todo cuanto existe.
Publicar un comentario