10/4/08

VIDA DE SAN JOSÉ (4a PARTE)

Ya de vuelta en Nazaret, después de tantos años en el exilio, están felices de encontrarse con todos los suyos, parientes, amigos y vecinos. Vuelta a esa casita donde se reencuentran con las cosas que tuvieron que abandonar apresuradamente en su huída a Egipto.
Ya instalados y en paz María se encuentra cosiendo en su habitación un manto para José que está trabajando en la carpintería. Mientras tanto Jesús juega bajo los árboles con otros dos niños que son sus primos, Judas y Santiago.
Juegan a los mercaderes con unos carritos cargados de piedras, palos y hojas. Jesús es el que compra y conforme lo va haciendo le va llevando a María los objetos comprados que Ella sonriendo acepta. Luego cambian de juego, uno de ellos quiere jugar al éxodo a través de Egipto. Entonces Jesús propone hacer el otro pasaje en donde se elige a Josué como sucesor de Moisés, evitando así ese feo pecado de idolatría y dejando contento a Judas con ese papel.
“¿Verdad que estás contento?”
“Si Jesús, pero entonces tu tienes que morir porque Moisés muere después. No quiero que tú mueras, tú que siempre me quieres tanto.”
“Todos morimos, pero Yo antes de morir bendeciré a Israel y dado que aquí solo están ustedes en ustedes bendeciré a todo Israel.”
En medio del juego los niños le preguntan a María si en el éxodo llevaban o no carros. Ella les responde que sí y que en ellos se cargaban los víveres y a los más débiles. Todas las cosas iban en los carros menos el arca que la llevaban a mano.

En un atardecer llegan de visita Alfeo, hermano de José, con su esposa, trayendo de regalo dentro de una cesta redonda un corderito para cada uno de los niños que saltan y gritan de alegría.
Llegada la noche se sientan alrededor de la mesa y comen pan, queso y aceitunas; María les acerca un ánfora de agua de manzanas. Empiezan a conversar acerca de que hay que mandar a los chicos a la escuela. Pero María con tono resoluto dice.
“Yo no voy a mandar jamás a Jesús a la escuela”
Resulta insólito oírla hablar así y además antes que lo hiciera José.
Su cuñada le dice que el Niño tiene que aprender para que a su debido tiempo sea capaz de afrontar el examen de la mayoría de edad.
“El Niño sabrá pero no irá a la escuela y esto está decidido -¿no es verdad José?”
“Así es, Jesús no tiene necesidad de ir a la escuela, María se ha formado en el templo y es una verdadera doctora en el conocimiento de la Ley; será su maestra y esto también es mi deseo.”
La cuñada le contesta:
“Si sigues así lo mimarás demasiado”
“Tener al lado a los hijos no es mimarlos, es quererlos, con mente cabal y buen corazón. Nosotros amamos así a nuestro Jesús y dado que María es una mujer más instruida que el maestro, será Ella la maestra de Jesús. María es una mujer fuerte y sabe educarlo, yo no soy ningún mezquino y se dar buenos ejemplos. Jesús se desarrollará recto y fuerte en el cuerpo y en el espíritu. ¿No es acaso lindo que dos personas que se aman estén con la disposición de tener el mismo pensamiento y la misma voluntad porque mutuamente abrazan el deseo del otro y lo hacen propio?3
Si María desease estupideces yo le diría que no, pero lo que pide son cosas llenas de sabiduría y yo las apruebo y hago mías. Nosotros nos amamos como el primer día y lo seguiremos haciendo mientras vivamos.”
“Sí José, y aún en el caso –y ojalá no suceda jamás- de que uno de los dos muriese, nos seguiríamos amando.”
José acaricia la cabeza de María como si fuera una hija pequeña, Ella a su vez le mira con ojos serenos y amorosos.
La cuñada dice:
“Tienes razón, en la escuela enseñan el bien y también el mal pero en la casa sólo el bien.
Si te pidiese que los tuvieras también a Santiago y a Judas creo que ganarían en bondad y en conocimiento, eso me haría muy feliz.”
María le contesta:
“Si José y Alfeo así lo desean sería para Mí un motivo de mucho gozo.”
Los tres niños que habían escuchado, entraron despacio y luego corrieron hacia María, la abrazan alborozados prometiéndole que se portarían bien.

9/4/08

Vida de San José

Preparativos para la mayoría de edad

Llega el momento de la partida de Jesús a Jerusalén para la mayoría de edad.
Jesús tiene doce años. Está desarrollado, parece un hermano menor de Su Madre, tiene melena rubia y ensortijada cortada hasta más debajo de las orejas. Está vestido de rojo con una túnica de mangas largas que le llega hasta los tobillos dejando ver sólo los pies que están calzados con sandalias.
Es un muchacho alto, fuerte, bien formado, parece más adulto de lo que realmente es. Le llega a Su Madre a la altura de los hombros. Su rostro aún redondeado de niño, rostro que con el tiempo, con la edad juvenil y viril, se habrá de alargar. Sus ojos de niño, grandes y de mirar bien abiertos, pero que con el tiempo ya no estarán tan abiertos. Solamente volverán a tomar esta forma en los momentos de los milagros, o al poner en fuga a los demonios y a la muerte, o al curar enfermedades, o perdonando pecados; entonces sí, los abrirá y centellearán aún más que ahora.
Solo en rarísimos momentos de alegría por estar con los redimidos y especialmente con los puros brillarán de júbilo estos ojos Santos y Buenos.


Jesús se siente feliz estando con su Madre, con José, con su tía María de Alfeo y sus primos Santiago y Judas.
María dice:
“Mi Jesús tiene necesidad de amor para sentirse feliz y en este momento lo tiene, bendícelo antes de partir para Jerusalén. Hazlo porque El va al templo para ser declarado mayor de edad y bendíceme también a Mí, nos fortalecerá tanto a El como a Mí en el momento de tener que separarnos.” –esto lo dice conteniendo el llanto-.
“Sí, te bendigo, Bendita Tú y Jesús, vengan mis únicos tesoros, honor y finalidad míos.”
Con los brazos extendidos y las palmas vueltas hacia abajo sobre las dos cabezas inclinadas pronuncia la bendición:
“El Señor los guarde, los bendiga, tenga misericordia de vosotros y les de paz, El Señor les de Su bendición”
María luego se inclina, toma la mano de José y la besa, es la esposa y ¡qué respetuosa y amante de su consorte! José acoge este signo de respeto y de amor con dignidad. Luego dice:
“En marcha, ya es hora de emprender el viaje”
María toma un manto amplio de color granate oscuro y lo coloca sobre el cuerpo de su Hijo acariciándolo mientras lo hace.
Se ponen en marcha junto con otros peregrinos, van entonando salmos por las campiñas. Con paz y alegría bajo el más hermoso cielo de abril.


Y así llegan hasta el templo de Jerusalén.
Mucha gente entrando y saliendo, entre ellos está la comitiva de la familia de Jesús. Atravesando una vasta habitación encontrándose José con unos sacerdotes ancianos, presenta a Jesús. Antes ambos se habían inclinado con gran reverencia ante los doctores los cuales se habían sentado con majestuosidad en unas banquetas bajas de madera.
José dice:
“Este es mi Hijo, les pido que lo examinen con benignidad y justicia para juzgar que cuanto aquí, yo su padre, afirmo es verdad.
El sabe los preceptos, las tradiciones, las oraciones. Conoce las costumbres, sabe recitar las oraciones y las bendiciones cotidianas. Como también conoce la ley en sí en sus tres ramas: la del antiguo testamento, leyendas, anécdotas, parábolas y guiarse como hombre. Por ello deseo ser liberado de la responsabilidad de sus acciones y de sus pecados. Que de ahora en adelante quede sujeto a los preceptos y pague en sí las penas por las faltas respecto a ellos.”
A la pregunta si sabe leer las palabras escritas Jesús responde:
“Se leer las palabras escritas y las que están encerradas en las mismas.”
Ante esta respuesta se despertó la atención de los doctores. Miran a este Niño que responde sin petulancia pero también sin miedo
Los sacerdotes le dicen:
“Eres honra de tu maestro, el cual ciertamente era muy docto, la Sabiduría de Dios está recogida en su corazón justo.”
José que está al fondo de la sala sonríe y hace una reverencia.
Le dan a Jesús tres rollos distintos y le dicen:
“Lee el que está con cinta de oro”
Es el decálogo, pero leídas las primeras palabras un juez le dice:
“Sigue de memoria” y Jesús sigue tan seguro que parece que como si estuviese leyendo. Cada vez que nombra al Señor hace una reverencia.
“¿Quién te enseñó eso?”
Jesús responde:
“Porque es un nombre Santo y hay que pronunciarlo con signos de respeto. Ante un rey, que lo es por breve tiempo, se inclinan sus súbditos y éste es solo polvo. Ante el Rey de los Reyes, ante el Altísimo Señor de Israel, presente, aunque sólo visible al espíritu, ¿Cómo no van a inclinarse cuando de El depende la vida eterna?”
“¡Muy bien! Es nazareno pero sus respuestas permiten esperar de El un nuevo doctor.”
Le hacen una nueva pregunta:
“Si no es lícito trabajar en sábado para los hombres ¿lo es para una gallina que pone un huevo o una oveja que pare en sábado?”
“No lo son a los ojos de Dios ni el huevo puesto ni la oveja que pare en sábado, porque el concebir y generar corresponde a la voluntad de El Señor” –responde Jesús-
“Yo no seguiría examinándole, su sabiduría es asombrosa superando a la de los adultos.”
Otro pide que recite un salmo, las bendiciones, las oraciones y también los preceptos. Jesús comienza a recitar todo lo pedido. Le preguntan entre otras cosas:
“¿Qué encuentras en un hecho de Crónica antigua?”
“Lo que encuentro es que no hay tiempo para lo eterno, y Dios es eterno como nuestra alma, como eternas son también las relaciones entre Dios y el alma. Por tanto lo que habría provocado el castigo es lo mismo que provocan los castigos ahora, e iguales son los efectos de la culpa.”
“¿Cuáles?” –preguntan-
“Israel ya no conoce la Sabiduría que viene de Dios, y es a El y no a los pobres seres humanos a quién hay que pedirle luz, pero la luz n2o se recibe sin justicia y fidelidad a Dios. Por eso se peca y Dios en Su ira castiga.”
“¿Y los seiscientos trece preceptos?” -le preguntan-
“Los preceptos existen pero son palabras –contesta Jesús- lo sabemos pero no los ponemos en práctica por lo tanto no los sabemos. El símbolo es éste: Todo hombre en todo tiempo tiene necesidad de consultar al Señor para conocer Su voluntad y debe atenerse a ella para no atraer Su ira.”
“El Niño es perfecto, ni siquiera la celada de la pregunta capciosa ha confundido su respuesta. Que sea conducido a la verdadera sinagoga.”
Pasan a una habitación de dimensiones mayores y más pomposa. Aquí lo primero que hacen es rebajarle el pelo, luego le aprietan la túnica con un largo cinturón dando varias vueltas en torno a la cintura, le ciñen la frente y un brazo con unas cintas y le atan otras al manto. Luego cantan salmos, José alaba al Señor con una larga oración invocando toda suerte de bienes para su Hijo.
Termina la ceremonia, Jesús sale acompañado de José uniéndose con todos los que lo estaban esperando. María besa a su Jesús, es como si hiciera años que no lo ve. Le acaricia la cabeza, emprenden el regreso colmados de felicidad.

8/4/08

Vida de San José(Parte 6)

La disputa de Jesús con los doctores en el Templo

En el recinto del templo se ve mucha gente, entre ellos hay fariseos con sus largas vestiduras, sacerdotes vestidos de lino y con una placa de precioso material en la parte superior del pecho y de la frente y con otros reflejos brillantes esparcidos por las distintas indumentarias muy amplias y blancas ceñidos a sus cinturas con un cinturón también de material precioso. Hay otros menos engalanados que pertenecen a la casta sacerdotal, rodeados de discípulos más jóvenes que ellos; se trata de los doctores de la ley.
Han comenzado una disputa teológica, mucha gente también interviene.
Entre los “doctores” hay un grupo capitaneado por uno llamado Gamaliel que es de mentalidad más abierta, mientras que el otro grupo, más numeroso, está dirigido por uno llamado Siammai, que adolece de esa intransigencia llena de resentimiento y retrógrada tan claramente descrita por el evangelio.
Gamaliel habla de la venida del Mesías y apoyándose en la profecía de Daniel sostiene que ya debería de haber nacido puesto que ya han pasado unos diez años desde que se cumplieron las setenta semanas profetizadas por Daniel contando desde que fue publicado el decreto de reconstrucción del templo.
Sciammai le refuta la idea con muchos argumentos de peso diciendo que la paz debía de haber venido con Aquél a quien llaman Príncipe de la Paz. En cambio dentro del recinto del templo está lleno de legionarios romanos dispuestos a aplacar con la espada cualquier tumulto de independencia patria.
Cada uno de los maestros hace alarde de erudición, no tanto para vencer a su rival sino para atraerse la admiración de los que escuchan.
Dentro de la muchedumbre se oye una tierna voz de niño que dice:
“Gamaliel tiene razón”
La gente y los doctores buscan a quien acaba de interrumpir. Es Jesús, un adolescente de más o menos unos doce años que abriéndose paso entre la muchedumbre se acerca al grupo, se lo ve seguro y franco.
“¿Quién eres?” –le preguntan-
“Un Hijo de Israel que ha venido a cumplir con la ley ordenada”
Esto despierta el interés entre los Israelitas-
“¿Cómo te llamas?”
“Jesús de Nazaret”
“¿En qué basas tu seguridad del nacimiento del Mesías?”
El Niño responde: “En la profecía que no puede errar en cuanto a la época y en los Signos que la acompañaron cuando llegó el tiempo en Su cumplimiento.
Palestina estaba en paz y César pudo ordenar el curso en ese entonces - ¿No recuerdan que la estrella fue vista por los Sabios de Oriente y que fue a detenerse justo en el cielo de Belén de Judá y que las profecías y visiones indican ese lugar como el destinado a recibir el Nacimiento del Mesías?”
Sciammai con mirada maligna pregunta:
“¿Dices que el Mesías nació cuando se detuvo la estrella en Belén? Entonces ya no existe ese Niño porque Herodes mandó matar a todos los niños desde uno a dos años nacidos en ese entonces desde Belén y sus alrededores. Sus valles y las colinas quedaron regadas con lágrimas que las madres derramaron sobre sus hijos muertos. Entre ellas estaba, sin duda, también la Madre del Mesías.”
“Te equivocas, la Madre del Mesías ha venido a dar a luz a Aquél que ha sido destinado para congregar al pueblo de Dios y liberarlo de la más terrible de las esclavitudes –Jesús responde-
¿No has leído lo de Elías? Fue raptado en un carro de fuego.
¿Y no hará podido entonces salvarlo el Señor Dios para que fuese Mesías de su pueblo,
El que separó el mar ante Moisés para que pasase sin mojarse hacia Su tierra?
¿No habría podido mandar sus Ángeles a liberar a Su Hijo, a Su Cristo, de la crueldad de los hombres?
En verdad os digo: El Cristo vive y está entre nosotros y cuando llegue su hora se manifestará en su potencia.”
La voz de Jesús al decir estas palabras resuena de un modo que llena el espacio. Es un niño pero ya tiene la solemnidad de un hombre.
A la pregunta de “¿quién te ha insinuado estas palabras?”
Jesús responde:
“El Espíritu de Dios. Yo no tengo maestro humano, ésta es la palabra del Señor que les habla a través de Mis labios”
Gamaliel le pregunta:
“Dime ¿cómo puede esperarse la paz si este pueblo ha de sufrir la devastación de la guerra?”
Jesús responde:
“Este pueblo espera al Rey, pero humano, y no al Rey del espíritu, pero no lo amará ni reconocerá porque predicará lo que no le gusta a este pueblo ya que es lo contrario a lo que vive. Israel por su mala voluntad perderá la paz y sufrirá en sí durante siglos.”
“Responde Nazareno: ¿Dónde está el Precursor?”
“El precursor es ya una realidad, como también lo es El Cristo, el cual dará a la humanidad Vida verdadera.”
Sciammai y sus discípulos dicen:
“¡Este Nazareno es Satanás!”
Hilel responde:
“No, este Niño es un Profeta de Dios, quédate conmigo Niño. Tú serás Maestro del Pueblo de Dios.”
“Si muchos fueran como tú –dice Jesús- Israel sanaría, más Mi hora no ha llegado, cuando ésta llegue hablaré y correré la misma suerte que corrieron los profetas a quienes Jesuralén lapidó y les quitó la vida.
Pero sobre Mi ser está el del Señor Dios, al cual Yo me someto como siervo fiel para hacer de Mí tarima de su Gloria, en espera de que El haga del mundo plataforma para los pies del Cristo.
Espérame en Mi hora. Estas piedras oirán de nuevo Mi voz y trepidarán cuando diga Mis palabras últimas.
Bienaventurados los que hayan oído a Dios en esa Voz y crean en El a través de ella: el Cristo les dará ese Reino que vuestro egoísmo sueña humano y que, sin embargo, es celestial por el cual Yo digo: Aquí tienes a tu Siervo Señor, que ha venido a hacer Tu voluntad. Consúmala porque ardo en deseos de cumplirla.”
En esos momentos se ve a una mujer muy angustiada abrirse paso entre la muchedumbre. Es María, la Madre de Jesús que desde hace tres días lo está buscando pues se le había perdido en la caravana camino a Jerusalén. Se acerca al Niño y le dice en tono muy nervioso:
“Jesús, porqué nos has hecho esto, hace tres días que te estamos buscando desesperados con José.”
“Madre: ¿No sabes que debo de ocuparme de las cosas de Mi Padre? Por encima del padre y madre de la Tierra está Dios. Su amor es superior a cualquier otro.”

7/4/08

Vida de San José (7Parte) Su Muerte


LA MUERTE DE SAN JOSÉ


Jesús está trabajando en un banco de carpintero, está alisando unas tablas y las va apoyando contra la pared que está a sus espaldas. Luego se acerca al fogón, toma la cazuelita y remueve lo que hay dentro con un palito.
El lugar donde trabaja tiene dos de sus paredes de roca, las otras dos son de material. En un entrante de la roca ha sido adaptado para fogón rudimentario, en él hay una cazuelita que es la que está utilizando.
Jesús está vestido de color castaño oscuro, la túnica es más bien corta, está arremangado hasta más arriba del codo. Delante lleva puesta una especie de delantal en el cual se limpia los dedos que han tocado la cazuelita.
Está solo pero trabaja sin sosiego, no pierde la paciencia por nada. Ni por un nudo en la madera, ni por un destornillador que se le cae como tampoco por el humo del fogón que tanto molesta.
Está ocupado en reparar el arco de una rueda cuando entra su Madre con cara afligida y corre hacia donde está Jesús, apoya acongojada las manos en el brazo de su Hijo, lo llama con un gesto de súplica y dolor. Jesús la acaricia pasándole el brazo por los hombros y la consuela.
Luego quitándose el delantal va con Ella mientras María le va diciendo:
“Está mal.”
Pasan a la habitación de al lado, hay en ella un lecho bajo cubierto de colchoncitos. Sobre él, recostado entre almohadones, está José. Agoniza. Lo refleja la palidez de su rostro, la mirada apagada, el pecho jadeante y el completo decaimiento de todo el cuerpo.
María se pone a su izquierda, le toma la mano rugosa, la frota, la acaricia y se la besa. Luego con un paño de lino le seca el sudor de la frente y le refresca los labios. Jesús se pone a la derecha, lo alza y entre los dos le acomodan los almohadones. Acaricia la frente del moribundo, trata de reanimarle.
María llora silenciosamente y Sus lágrimas ruedan sobre Su vestido azul oscuro.
José se reanima, mira fijamente a Jesús, le da la mano como para recibir con el contacto divino fuerza en la última prueba. Jesús le besa la mano.
José sonríe, vuelve Su mirada buscando a María y le sonríe también a Ella. María se arrodilla tratando de sonreír pero no puede, esconde Su rostro agachando la cabeza. José le pone la mano encima con una caricia que parece una bendición.
Jesús le ofrece un banco a María y vuelve al lado de José, toma su mano, se inclina sobre él y le susurra un largo y emotivo salmo.
Luego le dice a José:
“Gracias, padre Mío, por Mí y por Mi Madre, tú has sido un padre justo y el Eterno te ha puesto como custodia de Su Cristo y de Su Arca. Fuiste la antorcha encendida para El y tuviste entrañas de caridad para con el Fruto del seno Santo. Ve en paz padre. A Mi Madre no le faltará ayuda. El Señor ha dispuesto que no esté sola. Ve tranquilo a tu descanso.”
María está con el rostro inclinado sobre las cobijas extendidas por el cuerpo de José.
Jesús prodiga más consuelo porque el aliento se hace fatigoso y la mirada se va nublando.
“Tú tendrás la Gloria padre, la Gloria te espera, que se alegre tu alma con Mis palabras. Estarás con Dios, El te glorificará después de esta vida. Te dará el abrazo divino y te llevará consigo a donde está preparado el lugar para el justo que fue Mi padre bendito. Ve padre, Mi bendición de acompaña.”
Jesús ha alzado Su voz para que José en la niebla de la agonía pueda oírla.
El fin es inminente. Respira ansiosamente.
María lo acaricia. Jesús se sienta sobre el lecho, abraza y atrae hacia Sí al agonizante que se extingue sin ningún movimiento.
Jesús vuelve a colocar a José en el lecho y abraza a María que se le había acercado presa de dolor.
Es una escena maravillosamente serena.*

*Nota: Los que piensan que María no haya sufrido en Su corazón están equivocados. María sufrió, santamente, porque todo en Ella era Santo, pero sufrió agudamente.
Los que piensan que María amó a José con un sencillo amor porque era Su esposo en el espíritu y no para el cuerpo, están también equivocados. María amó intensamente a José a quien dedicó treinta años de una vida fiel. José fue para Ella padre, esposo, hermano, amigo y protector.

2/4/08

MISTERIOS GLORIOSOS

MISTERIOS GLORIOSOS
- Miércoles y Domingos -

1.- La Resurrección de Jesús.

Todo sucede en un instante.
Procedente de profundidades desconocidas, aparece un meteoro lleno de esplendor que baja velocísimo hacia la tierra, esparciendo una luz intensa, aterradora dentro de su belleza.
Los soldados que están de guardia alzan estupefactos la cabeza, porque con la luz llega un estampido potente, armónico, solemne, que llena con su sonido toda la creación. Viene de profundidades paradisíacas.
Es el aleluya, la gloria angélica, que sigue al Espíritu de Cristo en su regreso a su carne gloriosa.
El meteoro golpea contra la piedra que cierra el sepulcro arrancándola de cuajo. Se produce un terremoto originando una indescriptible luz llena de claridad. Los soldados se paralizan.

Debajo del sudario la carne gloriosa se recompone vestida de eterna belleza, regresa de la “nada” en que estaba, vive después de haber estado muerta. El corazón se ha despertado y ha dado su primer latido.
Otro instante… y aparece Majestuoso, en pie, lleno de resplandor, sobrenaturalmente grandioso y bello.
Qué distinto de como la mente lo recuerda en Su Pasión, ahora tan pulcro, sin heridas ni sangre.
De sus múltiples llagas emana un gran fulgor; no la pobre luz de la tierra, no la de los astros, no la del sol, es la Luz de Dios.
Cristo sale del sepulcro.
Los soldados, que han quedado paralizados, no ven a Dios por las fuerzas corrompidas del hombre.

Cristo va al encuentro de María, que se halla en su casa, rostro en tierra, orando. Parece un pobre ser abatido.
Se le aparece Jesús. María ve a Su Hijo hermoso, sonriente, vivo, sin heridas, más luminoso que el sol, avanzando hacia Ella. Pero El no quiere ver a Su Madre de rodillas y la llama tendiéndole las manos.
María le dice: “Señor, Mi Dios”. Se queda arrobada y en éxtasis.
Cristo la ayuda a levantarse, la aprieta contra Su corazón y la besa. María entonces comprende que no es una visión, sino que es Su Hijo realmente resucitado. Lo besa efusivamente con Sus mejillas llenas de lágrimas. Lo abraza, le besa la frente, las manos, los pies y otra vez Su rostro.
Jesús le dice: “Todo ha terminado Madre, ya no tienes que llorar por Tu Hijo. La prueba está consumada. La Redención se ha producido. Gracias por haberme concebido, criado, ayudado en la vida y en la muerte. He sentido llegar a Mí tus oraciones, han sido Mi fuerza y han estado siempre conmigo en todo momento.
Todo el cielo entona el hosanna para Ti, un hosanna que no muere. Ahora voy al Padre con Mi figura humana, pero luego regresaré con ella para confirmar en la fe a quien no cree todavía. Después subiré al cielo, pero no te dejaré sola, me tendrás en el Sacramento, real como cuando me llevabas dentro de Ti.
Tú, cielo viviente, serás portadora de la Trinidad en la tierra, en medio de los hombres y santificarás a la Iglesia. Tú, Reina del Sacerdocio y Madre de los cristianos. Luego vendré a recogerte.
Ahora me marcho, veré a María Magdalena y a los discípulos, tengo que confirmar en la fe a quien no cree todavía y necesita creer para instruir a los otros. Tengo que fortalecer a los pequeños, que tendrán necesidad de mucha fortaleza para resistir al mundo. Madre, Tu beso por bendición y Mi Paz a Ti”.
Jesús desaparece en el sol que desciende a chorros del cielo matutino y sereno.
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2.- La Ascensión de Jesús.
Para despedirse, Jesús se encuentra con los apóstoles.
Hay una mesa tendida con carne asada, queso y aceitunas. Se sientan alrededor de ella. Jesús ofrece y reparte. Es una comida de breve duración y silenciosa.
Los apóstoles no han perdido ni un momento esa devotísima compostura que ha caracterizado sus encuentros con Jesús resucitado.

La comida ha terminado. Jesús, abre los brazos, dice: “Ha llegado la hora en que debo dejarlos para volver al Padre.
No se alejen de Jerusalén en estos días. Lázaro se ha preocupado de ceder la casa donde fue la última cena para que dispongan de ella y así recogerse en oración. Quédense ahí estos días y oren asiduamente para esperar la venida del Espíritu Santo que los completará para la misión. Me basta con que oren todos con asiduidad bajo la guía de Mi Madre, la cual les confío con solicitud filial. Ella será Madre, Maestra de Amor y Sabiduría perfecta.
Quédense aquí en Jerusalén, a pesar de que está henchida de pecado y de que aquí se haya verificado el Deicidio. Está condenada, pero no todos sus habitantes lo están. Permanezcan aquí hasta que Jerusalén los repudie como me han repudiado a Mí, hasta que odien a Mi Iglesia como me han odiado a Mí. Entonces lleven la sede de esta amada Iglesia a otro lugar.
Por ahora Mi Iglesia es como una criatura ya concebida que todavía se está formando en la matriz. Cuando llegue el momento, nacerá y será como un cuerpo grande, extendida sobre toda la tierra.
Está por venir el Espíritu Santo y ustedes quedarán henchidos de Él. Miren cómo estar siempre puros, como todo el que debe acercarse al Señor. El Reino de Dios es Amor, no lo tendrán en ustedes si no tiene amor. Pero en verdad les digo que Dios mora en los que poseen la Gracia y viven en santidad. Prediquen el evangelio a todas las criaturas, enseñando lo que les he enseñado, haciendo lo que les mandé hacer, y Yo estaré con ustedes hasta el fin del mundo.
Quiéranse unos a otros, ayudándose recíprocamente, porque este es el mandamiento nuevo: amarse los unos a los otros, señal de que son verdaderamente de Cristo.
No se turben por ninguna razón, Dios está con ustedes. Estén unidos a Mí y al Padre en el Amor y perdonen al mundo que los odia.
Yo estaré con ustedes en las fatigas de su ministerio y en la hora de las persecuciones. Serán torturados, pero Mi Gozo estará con ustedes porque los ayudaré en todo.
Estén al tanto de que el mundo no sabe amar, pero ustedes, de ahora en adelante, amen al mundo con amor sobrenatural para enseñarle a amar.
En verdad les digo, cuando tengan como amigo al Amor, comprenderán que las cosas sufridas y vividas por amor al Padre se hacen ligeras, aún en las duras torturas del mundo”.

Juan entre sollozos le dice:”Antes que te vayas danos al menos Tu pan”. Entonces Jesús, tomando el pan y el vino, lo reparte repitiendo las palabras de la última cena: “Tomad y comed. Esto es Mi Cuerpo. Haced esto en recuerdo de Mi, que me voy.”


Jesús sale de la casa llamando a Su Madre, a los pastores y a los discípulos, despidiéndose de todos ellos. Luego camina hacia la cima del Monte de los Olivos, sube a una prominente roca donde comienza a transfigurarse en esplendorosa belleza. Caen todos de rodillas…
…Elevándose, busca una vez más el rostro de Su Madre, Su sonrisa alcanza una potencia que nadie podrá jamás representar, es Su último adiós a María.
…Sube y sube hasta desaparecer…
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3.- La Venida del Espíritu Santo.

Los discípulos y la Virgen María se encuentran reunidos en la casa de Lázaro. La habitación parece más grande que cuando fue la última cena, porque los muebles están corridos, dejando libre el centro.
La mesa está desnuda, las ventanas están cerradas con la robusta barra de hierro que las cruza. Hay un rayo de sol que se filtra ardido por un agujerito y desciende como una aguja larga y delgada hasta el suelo.
María, vestida de azul oscuro y con un velo blanco cubriendo sus cabellos, está sentada rodeada de los apóstoles que están con la cabeza descubierta. Juan se encuentra a la izquierda, Pedro a la derecha y el resto cerrando el círculo.

María, con un rollo abierto, lee. Más que leer parecería que repite de memoria las palabras escritas. Los demás la escuchan en silencio meditando.
Ven que el rostro de María se transfigura con una sonrisa estática. Los apóstoles se echan hacia adelante para observar ese rostro que sigue leyendo.
La emoción le hace caer lágrimas a Pedro y a Juan se le refleja una sonrisa como la de Ella… de Amor.
La lectura ha terminado, cesa la voz de María como también el sonido del roce que produce el desenrollar o enrollar de pergaminos.

Un ruido fuertísimo y armónico con sonido de viento y de arpa, con sonido de canto humano y de voz de un órgano perfecto, resuena en el silencio de la mañana. Se acerca cada vez más fuerte llenando con sus vibraciones la tierra, propagándose por toda la casa.
La llama de una lámpara encendida, hasta ahora inmóvil en la paz de la habitación, tintinea vibrando con la onda de sobrenatural sonido.
Los apóstoles alzan asustados la cabeza, la luz se acerca cada vez más.
Algunos se levantan, preparados para huir. Unos se acurrucan en el suelo, cubriéndose la cabeza con las manos o dándose golpes en el pecho pidiendo perdón al Señor.Otros se arriman a María.
El único que no se asusta es Juan porque ve la paz luminosa de alegría que se acentúa en el rostro de María, que alza la cabeza y sonríe frente a algo que sólo Ella conoce.

Su velo cae sobre su espalda al levantar los brazos al cielo cuando se arrodilla. Pedro y Juan también se arrodillan… y entra la Luz, el Fuego, el Espíritu Santo que con un último fragor melódico en forma de globo lucentísimo, ardentísimo, entra en la habitación cerrada sin que puerta o ventana se mueva, y permanece suspendido sobre la cabeza de María. Al ver al Espíritu Santo, Ella echa atrás la cabeza, emitiendo un grito de alegría con una sonrisa de amor sin límites. Todo el Fuego del Espíritu Santo, todo el Amor está recogido sobre Ella.

Pasado ese momento, el Fuego se divide en tres partes y desciende besando la frente de cada uno de los apóstoles.
La Llama sobre la cabeza de María es corona que abraza coronándola Reina, Madre, Esposa e Incorruptible Virgen. Nada puede mancillar a Aquélla a quién el dolor había envejecido, pero que ha resucitado en la alegría de la Resurrección.
El Fuego permanece así un tiempo, luego se disipa.

Los apóstoles vuelven en sí mientras María queda en éxtasis.
Juan, señalándola dice: “Es el Altar del Señor, y sobre su Gloria se ha posado la Gloria del Señor”.
Todos los apóstoles sienten el Espíritu de Dios ardiendo en ellos, impulsándolos a actuar inmediatamente, yendo a evangelizar a la gente, como empujados por una onda de viento o como atraídos por una vigorosa fuerza.

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4.- La Asunción de la Virgen María.

María está en su pequeño cuarto vestida enteramente de lino ordenando las túnicas de Su Jesús, que siempre ha conservado. Las dobla y las guarda junto a las reliquias de la última cena y de la Pasión.

Juan entra en la habitación notándola muy agotada, pálida y temblorosa, y le dice: “Ven, te ayudo a reclinar Tu cuerpo rendido y bienaventurado, descansa”.
Al verla así, llora sin consuelo. Entonces María le dice: “Escucha bien Mis últimos deseos, cuando muera no me sometas a los embalsamamientos habituales entre los hebreos, ya no Soy hebrea, Soy la primera cristiana, la primera discípula de Cristo, porque fui con El Corredentora y continuadora Suya aquí entre ustedes. “¿Porqué lloras así Juan?”
“Porque la tempestad del dolor se desencadena dentro de mí, me doy cuenta de que voy a perderte pronto. ¿Cómo podré vivir sin Ti?, no resistiré este dolor”.
María le responde: “Resistirás, Dios te ayudará a vivir, y mucho tiempo, como me ayudó a Mí. Sé fuerte, tan fuerte como fuiste al pie de la Cruz. Ten calma, ten paz. Espero ser pronto llevada al cielo, lugar donde deseo ir para cantar eternamente junto al coro celestial el Magnificat a Dios, por las grandes cosas que ha hecho en Mí”.
Juan, luchando contra el llanto y esforzándose en dominar la emoción, comienza a orar.

Pasado un tiempo se da cuenta de que María ya no respira, permaneciendo Ella con postura y aspecto naturales, sonriente, calma, como si no hubiera advertido el cese de la vida.
Con un grito de desgarro se arroja al suelo y llora. Es el llanto del apóstol del Amor, de Su hijo adoptivo por voluntad de Jesús.
Se compone y sale a recoger todas las flores y ramas de olivos que puede encontrar, colocándolas alrededor del cuerpo de María, que queda como en el centro de una gran corona.
Debilitado y agotado por tanta emoción y llanto, se adormece junto a Ella, sentado con la espalda apoyada en la pared.

Juan no sabe cuánto tiempo ha transcurrido cuando se despierta por un sonido potente. Mirando hacia arriba, ve el techo abierto y el cuerpo de María que es transportada por los ángeles.
Se da cuenta de que ha tenido lugar un prodigio. Sale corriendo a la terraza y ve el cuerpo de María subiendo cada vez más alto, sostenido por una multitud angélica.
Las flores que habían quedado en los pliegues de su túnica caen sobre la terraza cerca de él, mientras un potente himno angelical se va haciendo cada vez más lejano.
Juan se da cuenta de que Dios lo ha elegido para ser testigo de un milagro. Le ha concedido el privilegio de ver a María subir al cielo de una manera indescriptible, por su belleza y magnificencia.
Un último prodigio le concede Dios a Juan, el de ver a su amado Jesús resplandeciente, espléndido, hermoso, ir al encuentro de Su Santísima Madre, abrazándola contra Su Corazón dulcemente y juntos, más refulgentes que dos astros, regresar al cielo.
Juan ora diciendo: “Oh visión beatífica inesperada, volver a ver a Mi Maestro y Señor; verlo junto a Su Madre subiendo al cielo. Todas mis angustias cesan al verlos unidos en la Gloria, gracias Señor, ya estoy en paz”.

Recoge en una tela las flores que han caído cerca de él y las que han quedado en el lecho, guardándolas en el arcón junto a todas las cosas de Jesús que María había separado y guardado amorosamente.
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5.- La Coronación de María Santísima como Reina y Señora de todo lo Creado.

María no sólo había permanecido Inmaculada sino que había estado unida a Dios en un casto y fecundo abrazo, saturándose hasta las vértebras de las más profundas emanaciones de la Divinidad escondida en Su seno.
En Su gran humildad no imaginó que le estuviera reservada tanta Gloria, ni el gozo de volver a sentir el toque de la mano de Su Hijo, Su abrazo, Su beso, volver a oír Su voz ,y ver con Sus ojos Su rostro.
María se hubiese sentido llena de felicidad si todo esto le hubiera sido concedido sólo a Su espíritu pero Dios quiso que Ella, Inmaculada, estuviera en el cielo en cuerpo y en alma inmediatamente después del fin de su vida terrena.

María es el testimonio cierto de lo que Dios había pensado y querido para el hombre. Una vida inocente y sin conocimiento de pecado, un dulce paso de esta vida a la vida eterna.
El hombre con su ser completo hecho de materia y de alma espiritual habría pasado de la tierra al paraíso aumentando esa perfección que Dios le había dado, la perfección completa, tanto del cuerpo como del espíritu.
Esto estaba destinado a todos aquellos que permanecieran fieles a Dios y a la Gracia.

María es la obra perfecta del Creador, la obra que, de entre todos los hijos del hombre, El creó a su verdadera imagen y semejanza, el más inocente y santo de los cuerpos, criatura ante la cual todos los demás vivientes de los reinos de la creación están obligados a inclinarse.
En Su Corazón Inmaculado jamás conoció mancha alguna, ni siquiera la más leve.
Dios abrió los tesoros del cielo y para Su cabeza, que jamás conoció la soberbia, con su fulgor hizo una corona, y coronó a La Santísima, para que fuera nuestra Reina.

Quedó en el cielo un centelleo de luces y esplendores e indescriptibles sonidos, de celestes armonías, a las cuales se unió la voz de Jesús en alabanza a Dios Padre y a la Santísima Virgen, bienaventurada para toda la eternidad.









































































































































































































































































































































JESÚS ENSEÑA A REZAR EL PADRE NUESTRO



Jesús enseña a rezar el Padre Nuestro:
Jesús habla a los apóstoles en Getsemaní, el miércoles Santo por la noche:
He terminado. No tengo más que agregar. Todo cuanto tenía que decirles sobre las profecías mesiánicas lo he dicho. Todo lo que habla desde mi nacimiento hasta mi muerte lo he ilustrado para que me conozcan y no tengan dudas. Y para que no aleguen excusa de sus pecados.
Ahora oremos juntos. En esta última noche podemos hacerlo así, unidos cual granos de uva en el racimo. Vengan. Oremos.
“Padre nuestro que estás en los cielos, sanctificado sea tu Nombre, venga a nosotros tu reino. Hágase tu voluntad en la tierra como en los cielos. Danos hoy nuestro pan. Perdónanos nuestras ofensas como perdonamos a los que nos han ofendido. No nos dejes que entremos en la tentación, y líbranos del mal. Así sea.
...“Sea santificado tu nombre”. Padre, yo lo he santificado. Ten piedad de tu Retoño.

“Venga tu Reino”. Muero para fundarlo. Ten piedad de Mí.

“Hágase tu voluntad”. Ayuda mi debilidad, Tú que creaste el cuerpo del hombre y con él revestiste a tu Verbo para que aquí abajo te obedeciera así como siempre te he obedecido en el cielo. Ten piedad del Hijo del hombre.

“Danos el pan”.... Un pan para el alma. Un pan que no es de esta tierra. No lo pido para Mí. No tengo necesidad sino de tu consuelo espiritual. Yo, cual mendigo extiendo mi mano por ellos. Dentro de poco será atravesada y enclavada y no podrá dar muestras de amor. Padre, concédeme darles el Pan que diariamente fortifique la debilidad de los pobres hijos de Adán. Son débiles; ¡Oh, Padre!!, no pueden hacer nada porque no tienen el Pan que es fuerza, el Pan angelical que espiritualiza al hombre y hace que en nosotros se divinice.

“Perdónanos nuestras ofensas”......
Jesús, me ha hablado estando de pie y con los brazos abiertos, se arrodilla, levanta al cielo un rostro pálido por el esfuerzo de la súplica, porque los rayos de la luna lo besan; por él corren lagrimas.
Perdona a tu Hijo, ¡oh Padre!, si en algo te faltó. A tu perfección puede aparecer todavía imperfecto, Yo tu Mesías sobre quien pesa la carne. A los hombres.... no parecerá. Mi inteligencia me asegura que hice todo por ellos. Perdona a tu Jesús.....Yo también perdono, para que me perdones como Yo perdono. ¡Cuánto debo perdonar!!! ¡Cuanto!!!!....Y con todo, lo hago. Perdono a estos que están aquí presentes, a los discípulos ausentes, a los sordos de corazón, a mis enemigos, a los que se burlarán de Mí, a los traidores, asesinos, deicidas..... En una palabra, perdono a todo el linaje humano. Por lo que toca a Mí, Padre, perdono toda ofensa que el hombre haya proferido contra Mí. Muero para dar a todos tu Reino. No quiero que se tenga en cuenta como señal de condenación, que se haya ofendido al Verbo encarnado. ¿No? ¿Dices que no? ¡oh, me duele! Este “no” derrama en mi corazón las primeras gotas del amargo cáliz. Padre, a quien siempre he obedecido, te digo: “Hágase como tu quieres”.

“No nos dejes que entremos en la tentación”. ¡Si quieres, puedes alejar de nosotros al demonio¡ él es la tentación que incita la carne, la mente, el corazón. Es él el Seductor. ¡Aléjalo Padre! Que esté a nuestro lado tu Arcángel que aparte lo que nos pueda hacer mal desde el momento en que se nace hasta el de la muerte!......¡Oh Padre santo ten piedad de tus hijos!!

“¡Líbranos, líbranos del mal” Tú lo puedes. Nosotros lloramos aquí......Es muy hermoso el cielo y tenemos miedo de perderlo. Tú dices: “Mi Sangre no puede perderlo”. Pero Yo quiero que veas en Mí al Hombre, al Primogénito de los hombres. Soy su hermano. Ruego por ellos. Y con ellos. ¡Padre, ten piedad!!! Sí, ¡piedad!!!.....

Jesús se inclina hasta la tierra. Luego se levanta: “vámonos. Despidámonos esta noche. Mañana, a esta hora, no lo podremos hacer. Estaremos muy aturdidos. Y no hay amor donde hay turbación. Démonos el ósculo de paz. Mañana…mañana cada uno dependerá de sí mismo…Esta noche todavía podemos ser uno para todos y todos para uno.”